EL ESPIRITU SANTO Y SUS DONES – PENTECOSTES Y LOS CARISMAS

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Una explicación de los dones espirituales y los carismas del Espíritu Santo y como éstos se relacionan con Pentecostés y los sacramentos

Uno de los logros del Concilio Vaticano II fue la renovación de la apreciación de la actividad del Espíritu Santo en todos los aspectos de la vida cristiana. Aunque los católicos típicamente pensamos en el Sacramento de la Confirmación al considerar las obras del Espíritu Santo, el Concilio aclara que el Espíritu está íntegramente involucrado en cada uno de los sacramentos. Ciertamente, cada celebración sacramental es llamada “un nuevo Pentecostés” en el catecismo de la Iglesia Católica (párrafo 739)

El Concilio Vaticano segundo y los carismas

Sin embargo, el Concilio aclara que el rango de acción del Espíritu Santo excede por mucho a los sacramentos. Nos llama a fijar nuestra atención en los carismas, los dones sobrenaturales de la gracia (el significado literal de “carisma”) que vemos operando en los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas

Durante una discusión abierta en el Concilio, varios obispos hicieron alusión a dos nociones ampliamente aceptadas sobre los carismas. Primero estaba la idea que los carismas sobrenaturales eran un don temporal para ayudar a la iglesia a seguir adelante. Una especie de “motor de arranque” divino. Ciertamente, esa es la doctrina oficial de algunas iglesias protestantes. La segunda idea, la cual es más común en los círculos católicos, es que los dones del Espíritu sobrevivieron luego de la era apostólica, pero en las épocas subsiguientes sólo se encontraron en los santos y en los místicos

Lumen Gentium y los dones del Espíritu Santo

En su ahora famoso discurso el Cardenal Suenens, uno de los 4 moderadores del Concilio, vigorosamente insistió que la iglesia necesita los carismas del Espíritu hoy más que nunca y qué son para todos los cristianos no sólo para la élite espiritual. Esta opinión fue canonizada después por en la constitución dogmática del Concilio sobre la Iglesia (Lumen Gentium), la cual en su párrafo 12 enseña:

“Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia. Los dones extraordinarios no deben pedirse temerariamente ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos del trabajo apostólico. Y, además, el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1 Tesalonicenses 5,12 y 19-21).”

El Espíritu de Dios sigue viniendo

La conclusión de todo esto es que la vida ordinaria cristiana se vive de forma sobrenatural. El Espíritu Santo es infinito, nunca le podremos poseer completamente. Así que en el bautismo recibimos el Espíritu y sus dones, somos fortalecidos por ellos a través de la Confirmación, pero por medio todos los otros sacramentos, en oración y meditando la palabra de Dios, el Espíritu sigue viniendo una y otra vez para fortalecer más nuestro apego a él, para llenarnos de nuevos dones, para ayudarnos a experimentar más estos dones y hacernos más aptos en el ejercicio de estos.

Dones espirituales espectaculares y dones humildes

Los carismas son dones espirituales que tienen el propósito de fortalecer a la iglesia. Parte de nuestro problema es que tendemos a limitarlos de una forma espectacular: por ejemplo, el don de sanidad, o el de lenguas y profecía. De hecho, estos son dones extremadamente importantes de los cuales recibimos más abundantemente de lo que creemos.

Pero también hay muchos otros carismas, aparentemente más “ordinarios”, que típicamente pasamos por alto y por lo tanto fallamos en cooperar con el Espíritu Santo que intenta hacer que estos dones den frutos sobrenaturales en nuestras vidas. Varias de las listas de carismas de San Pablo (por ejemplo, en 1 Corintios 12-14 y en Romanos 12:6-8) nunca tuvieron el propósito de ser listas definitivas. En cualquier momento Dios puede convertir un don natural en sobrenatural, revistiéndolo de poder sobrenatural para edificar la Iglesia, convirtiéndolo en un carisma. Algunas veces, los carismas parecen caer del cielo, sin tener antecedentes naturales: no siempre son los profesionales de la salud quienes reciben el carisma de la sanación. Sin embargo, la mayoría de las veces Dios toma una realidad o un talento natural y lo reviste de gracia sobrenatural, transformándolo y elevándolo

Carisma de dirección

Pensemos por un momento sobre el liderazgo, el cual vemos ejercido naturalmente en la política, los negocios, los deportes y en muchas otras áreas de la vida cotidiana. El primer carisma que aparece en Efesios es el de apóstol, el cual a través del Sacramento de las Orden Sacerdotal es conferido a todos los obispos consagrados. La palabra “Obispo” significa supervisor, ilustrando que el carisma apostólico es sobre dirección espiritual.  Esta dirección no es un privilegio, o un monopolio de todas las iniciativas al servicio de la misión. Por el contrario, es un don para discernir y coordinar los carismas de los fieles quienes colaboran en la misión de la iglesia.

El Concilio Vaticano segundo aclara que estos carismas no son delegados a los fieles por el clero, sino que lo recibimos directamente del espíritu a través del bautismo y la confirmación. No necesitamos autorización alguna para comenzar a usarlos y debemos usarlos en sumisión a nuestros pastores, pero la iniciativa de comenzar a usarlos es nuestra, no de ellos.

Dones sobrenaturales y naturales

Algunos de los carismas “ordinarios” qué vemos operando entre los fieles tienen que ver con su estado en la vida – el matrimonio y el celibato. San Pablo en 1 Corintios 7, dice qué algunos elegirán casarse y otros quedarse solteros, pero cada uno recibirá su propio carisma de parte de Dios. Hay formas naturales y sobrenaturales de estar casado o soltero. Algunos están solteros por egoísmo, porque no quieren abrir sus vidas a otro. Eso no es un carisma. Hay algunos que están casados puramente por razones naturales:  el matrimonio es un bien natural en orden al amor y los hijos.

El matrimonio y el celibato como carismas

Pero el matrimonio y el celibato cristianos conllevan mucho más que esto:  son dones del Espíritu que edifican el Cuerpo de Cristo y hacen que los cristianos encuentren en ellos gozo, vida y libertad. El abrazar el celibato por amor a Cristo es un don del Espíritu.  Cuando el Espíritu empodera a alguien para vivir una vida célibe, es un hecho profético. Unos aceptan este don principalmente para tener la libertad de server al Cuerpo de Cristo, para usar su celibato en el servicio. Otros reciben un carisma más contemplativo: su celibato es signo que pasar la vida a los pies de Cristo, escuchando su palabra, es la única cosa que se necesita (Lucas 10: 42). El matrimonio es un carisma tan especial que es un sacramento, uno de los siete privilegiados medios de gracia.  Es un signo de una realidad superior, un signo de lazo inquebrantable entre Cristo y su iglesia

Los padres de familia

Santo Tomás de Aquino describe el papel de los padres de familia como análogo al de los obispos y los sacerdotes: es un papel pastoral. La familia, dice el Concilio Vaticano II, es la iglesia doméstica. El papel de los padres es discernir los dones y pastorear esos dones en sus hijos: no sólo sus dones naturales – los que necesitamos para conseguir una buena profesión o carrera, conseguir el sustento, y que nos vaya bien en la escuela – sino también los carismas sobrenaturales. Para la Iglesia Católica, ser padre de familia es un oficio y ese oficio lleva consigo la promesa de la gracia. Si, las gracias acompañan al sacramento del matrimonio que equipa a los padres de familia para llevar a cabo las desafiantes responsabilidades que les han sido encomendadas por Dios.

Pero aun si un matrimonio en particular no recibiera la bendición de tener hijos, ese sacramento aun es sumamente fructífero espiritualmente. Las parejas que contraen matrimonio después de su etapa fértil son una poderosa declaración al mundo entero del lazo inquebrantable de fidelidad entre Cristo y su Iglesia.

Hospitalidad

Otro ejemplo que a menudo es reconocido como carisma es el don de la hospitalidad.  Algunas personas hacen que los demás se sientan bienvenidos. Ese es un poderoso don sobrenatural. Recuerdo que, durante mis años en el seminario, pasé muchas tardes con una familia qué tenía un sorprendente carisma de hospitalidad.  Lo que ocurría en su hogar era claramente sobrenatural.  Otros invitados y yo éramos recibidos en su hogar como si fuéramos Cristo.  Cada año, esta pareja se tomaba el tiempo retirarse juntos – lo cual no era fácil teniendo 4 hijos y recursos limitados – para renovar el Sacramento del matrimonio. Una especie de luna de miel anual.  Su matrimonio era un signo profético y uno de sus frutos era el carisma de la hospitalidad.

Muchos católicos han entrado en el Sacramento del matrimonio, pero pocos sacan agua de la fuente de gracia de este sacramento tan frecuentemente como ésta pareja.  De la misma forma hay muchos que viven su celibato sin darse cuenta del don del Espíritu Santo que acompaña este noble llamado.

Reconociendo y actualizando los carismas

¿Por qué será que nosotros, seamos del clero o laicos, tan a menudo fallamos en reconocer y actualizar nuestros carismas, sean estos humildes o más exaltados?

La respuesta se nos da en Mateo 25, la parábola de los talentos.  El hombre que devolvió sólo un talento confesó que lo enterró por miedo.  El siguiente pasaje es el juicio final, donde los pueblos son condenados no por cometer infracciones a la ley de Dios sino por los pecados de omisión –  por no tomar acción.  Cuando fuimos niños recibimos la capacidad de hablar y de caminar, pero debíamos ejercitar esta capacidad.   Nos levantábamos, nos caíamos y nos lastimábamos. Comenzamos a balbucear y luego hablar usando mala gramática.  Así sucede también con los carismas. No hay forma de comenzar a ejercitar ninguno de los carismas sin cometer errores.  Sin embargo, el miedo a cometer errores y parecer tonto ante los demás a menudo nos paraliza y abandonamos el carisma que hemos recibido.

Parte de las razones por las que Pedro fue llamado “la piedra” fue porque no tenía miedo a cometer errores.  Jesús le dio el carisma de dirección a un revólver:  Pedro simplemente disparaba, a menudo en la dirección equivocada.  Sin embargo, porque estaba dispuesto a hablar y a seguir adelante, Jesús pudo darle el carisma de la verdad en el que reconocemos la base de la doctrina de la infalibilidad papal (Mateo 16:17).  Pedro tuvo que aprender a utilizar su carisma: cayó una y otra vez, e incluso traicionó a Jesús y tuvo que ser corregido – por Jesús al final del evangelio de Juan y por Pablo en la epístola a los Gálatas. Así también el papa Juan Pablo II a menudo nos pedía que orásemos por él como, un pecador con necesidad de conversión.

No tengas miedo

La buena noticia es que en la casa de nuestro Padre no tenemos que tener miedo de cometer errores.  Sí nos rehusamos a confrontar el miedo al fracaso, el Espíritu no puede movernos hacia una madurez espiritual, ni a dar frutos.  El mandamiento más frecuente de Jesús en los evangelios es “¡No tengas miedo!». Con el miedo nos alejamos de Dios. El antídoto al miedo es la fe. El hombre con un talento pudo haber apostado el dinero, invertirlo en un proyecto con altos intereses, perderlo, y aun así hubiera ganado el favor del Padre. Pero al rehusarse a arriesgarse provoco la ira de Dios.

A diferencia del dinero, los dones del Espíritu no son finitos: podemos recibir todos los que pidamos. Si los desperdiciamos o los utilizamos mal, podemos reabastecernos inmediatamente. No se nos pide perfección, sino la valentía de dar nuestros pasos con fe.

Este artículo sobre los dones y carismas del Espíritu Santo fue publicado originalmente en “The Tablet”, con una reflexión para la fiesta de Pentecostés

Traducción al español por Miguel Armando Carranza

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