El Significado de la Misericordia

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En esta grandiosa época de la Cuaresma, contemplamos el magnífico regalo que el Segundo Concilio Vaticano llama “la fuente y cumbre” de la vida Cristiana. Sin embargo, debemos recordar que el mismo Concilio deja claro que la Eucaristía no es la suma total de la vida cristiana.

Verdaderamente, la eucaristía y todos los sacramentos son memorial de un dramático acto de misericordia ocurrido no en la serena majestad de un templo si no en la historia, en medio del ajetreo de la vida cotidiana.

Detengámonos un momento para recordar la razón del más grande Acto de Misericordia de todos los tiempos. Los primeros miembros de la raza humana renunciaron a su libertad y dignidad como hijos e hijas de Dios y habían caído en las ataduras de un amo tiránico. El sufrimiento y la muerte eran el fruto de esta esclavitud. El precio de la redención estaba más allá de sus posibilidades. Así que se quedaron en la esclavitud, forjando cadenas aun más pesadas para sí mismo en cada generación.

Hasta que el Dios de Justicia se manifestó como Pare de Misericordia. La justicia da a cada quien lo que le corresponde y llama a cada uno a asumir responsabilidad por sí mismo. La misericordia va más allá de la responsabilidad. La misericordia es la respuesta del amor al sufrimiento. Así que el padre de la Misericordia, para aliviar nuestro sufrimiento, envió a su Eterno Hijo a encarnarse por el poder del Espíritu Santo. Dios Hijo, por su misma naturaleza incapaz de sufrir, se hizo vulnerable por nosotros. Amarró al poderoso hombre que había subyugado a la raza humana y pago la deuda que no habíamos podido cubrir. Su misión de rescate le costó la vida.

Esto es lo que la Misa conmemora y hace presente. Aquel que una vez dio su vida por misericordia para aliviar nuestro sufrimiento continúa donándose a nosotros sin quedarse con nada en el sacramento de sacramentos, el sacramento de  la divina misericordia.

¿Pero por qué se nos donaría en forma de alimento? Para que podamos convertirnos en lo que comemos. Para que podamos crecer en santidad, es decir para perfeccionarnos  en el amor divino que llamamos caridad. La misericordia es lo que la caridad hace al encontrarse con el sufrimiento.

La eucaristía no puede existir aislada separada de la vida. Es la conmemoración litúrgica de una Obra de Misericordia diseñada para luego extenderse en obras de misericordia. Por lo tanto, la misericordia es esencial para la vida de cada miembro de la Iglesia hasta que la maldad y el sufrimiento cesen de existir. Santiago nos recuerda que el cristianismo que responde al sufrimiento únicamente con palabras de aliento y sentimientos de ternura, no tiene verdadero amor ni verdadera fe: “Si un hermano o hermana están desnudos y carecen del alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos y hartaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo ¿de qué sirve?”(Santiago 2:14-17).

Algunas cosas que hay que tener en cuenta sobre las obras de misericordia en la Iglesia:

 1)    La misericordia es para todos.  Uno de los más grandes errores de mis primeros días como católico, era pensar que el catolicismo es un sistema de dos vías. Los laicos solo necesitan mantener los preceptos de la iglesia y los diez mandamientos. EL sermón de la montaña y la verdadera santidad es territorio para aquellos llamados al sacerdocio y la vida religiosa. Sabedor que esta errónea manera de pensar era bastante común, el Concilio Vaticano Segundo afirmó en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia que el llamado a la santidad es absolutamente universal (Lumen Gentium, Capitulo V). Santidad significa amor y amor significa misericordia. Por l tanto, las obras de misericordia no pueden ser delegadas exclusivamente a aquellos que pertenecen al comité de justicia social del los Misioneros de la Caridad. Todos, sin excepción, estamos llamados a hacer obras de misericordia

2)    La misericordia alivia el sufrimiento y hay diferentes tipos de sufrimiento.Una vez escuché a un católico en Francia expresar una  asombrosa petición durante las peticiones en la Misa: “oremos por todos los que sufren de algún dolor y no conocen el amor de Dios”. La falta de necesidades física ciertamente causa bastante consternación, pero también la falta de “cosas” del espíritu. Es importante tener en mente que la Iglesia enumera no solo las obras de misericordia corporales sino también las espirituales y estas últimas ciertamente toman prioridad. Tal vez no todos estemos listos para instruir al ignorante o amonestar al pecador, pero hay una obra de misericordia que virtualmente todos podemos hacer, sin importar nuestro estado de salud o donde estemos: interceder por los vivos y los muertos. Verdaderamente esta es la obra de misericordia que realizan todos los santos glorificados en el cielo.

3)    La caridad comienza en casa. El ángel de misericordia, la bendita teresa de Calcuta, a menudo era abordad por gente que quería compartir su apostolado por los más pobres de los pobres. Su concejo era “ir a cada y amar a su propia familia”. Si abrimos nuestros ojos veremos gente a nuestro alrededor que están solitarios, enfermos, cansados y en problemas. Necesitan mucho de nuestra compasión y atención. Aquí es donde debemos comenzar. “Si alguien no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel” (I Tim 5:8).

4)    La caridad no termina en casa. La historia del buen samaritano es impactante por muchas razones, una de las principales es el hecho de que el héroe de la historia no tiene ningún vínculo con la víctima. Los judíos y los samaritanos sentían una gran antipatía entre sí. Así que no podemos restringir nuestras obras de misericordia a nuestra familia, amigos o aquellos que pertenecen a nuestro grupo de la iglesia o comparten nuestra afiliación política. Tal y como lo dice Jesús en el Sermón de la Montaña, nuestras obras de misericordia deben extenderse a aun a nuestros enemigos.

5)    La misericordia no es siempre oportuna. Hay momentos en que las obras de misericordia pueden ser planificadas y adecuadas de manera ordenada a nuestros horarios, pero el sufrimiento y las crisis son impredecibles y la respuesta a estas situaciones a menudo es inoportuna. El buen samaritano se tomó su tiempo y no escatimó gastos para asegurarse que la victima de la historia tuviera los cuidados necesarios. Probablemente, incluso llegó a tarde a algún compromiso.

6)    La caridad no es lo mismo que trabajo social.Aunque la gente se refiere a cualquier actividad que beneficie a los menos afortunados como “caridad”, en realidad esta palabra se refiere al amor divino y sobrenatural.  Es una acción que brota del amor a Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Romanos 5:5) e implica no solo dar cosas sino donarnos a nosotros mismos. Debemos ver la imagen y semejanza de Dios en la persona que se beneficia de nuestro acto y amar a esa persona. No hay nada malo en hacer un donativo de caridad a fin de año, pero si esta ha de ser una verdadera obra de misericordia, la motivación debe ser más profunda que el deseo de eximirse de impuestos. Para San Francisco y la madre Teresa, servir a  los más pobres de los pobres era servir a Jesús mismo (Mateo 25:34ss). Las obras de misericordia pueden y deben ser un profundo encuentro espiritual.

7)    La misericordia nunca es condescendiente. El propósito del Enemigo de la humanidad es usar el sufrimiento para robar de su dignidad a los que estamos hechos a imagen de Dios. Nuestro objetivo al realizar obras de misericordia debe ser siempre restaurar y honrar esa dignidad. La “caridad” que menosprecia a su receptor, nunca es verdadera misericordia. Pueda que alivie parte del sufrimiento físico, pero causa un sufrimiento más profundo por la alienación  y la humillación. La divina palabra se despojó de la gloria y se puso hombro a hombro con nosotros. El que extiende su misericordia no puede ver de menos al receptor. Los misericordiosos humildemente comprenden que siempre reciben mucho más de lo que dan cuando trabajan para aliviar el sufrimiento del necesitado.

El finado Juan Pablo el Grande escribió una Encíclica sobre Dios Padre al principio de su pontificado. Con toda la gama de títulos y descripciones usados por la Escritura y la Tradición, ¿Qué habrá le habrá motivado a titular esta encíclica bajo ese nombre? Para él, la respuesta fue muy sencilla: “Rico en misericordia” (Efesios 2:4).  Dios es preeminentemente el Padre de la Misericordia y Dios de todo Consuelo (2 Corintios 1:3). Para ser reconocidos como sus verdaderos hijos hay que vivir una vida de misericordia. Es interesante que en la única descripción acerca del juicio final en la Biblia, la salvación y la condenación dependen no de las obras de arte religioso que cada quien tenga en su casa, ni de a cuantas Misas hemos asistido, sino de cómo hemos tratado al menor de los hermanos y hermanas necesitados de Jesús (ver Mateo 25:34-46).

Este artículo fue publicado originalmente en “Our Sunday Visitor” y se reproduce aquí con permiso del autor.

 Obras de Misericordia

Obras de misericordia corporales

Dar de comer al hambriento
Dar de beber al sediento
Vestir al desnudo
Visitar a los enfermos
Asistir al preso
Dar posada al peregrino
Sepultar a los muertos

Obras de Misericordia Espirituales

Enseñar al que no sabe
Dar buen consejo a quien lo necesita
Corregir al que se equivoca
Perdonar las injurias
Consolar al afligido
Tolerar los defectos del prójimo
Orar por los vivos y los difuntos

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