Del Tabor al Calvario: ¿Dios abandonó a Jesús?
Esta publicación examina la relación entre la trasfiguración y la pasión de Cristo, entre el Monte Tabor y el Calvario. Examina la interrogante de si ...
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En Lucas 14, Jesús da un discurso inquietante para aquellos que quieren ser discípulos suyos. El indica que el discipulado requiere la renuncia no solo a nuestras posesiones, sino también a nuestra propia vida y a nuestra familia. El ejemplo de Tomas Moro como discípulo nos muestra lo radical de este llamado, aunque tampoco quiere decir que todos debamos convertirnos en monjes o monjas.
Cuando era niño, tenía la impresión que en la Iglesia Católica teníamos una pista de carreas con dos carriles. Algunos se comprometían seriamente con la fe y se convertían en sacerdotes, monjas y religiosos porque tenían una “vocación”. Ellos “dejaban atrás” muchas cosas, como el matrimonio, la familia, el éxito en los negocios y muchos placeres mundanos.
Sin embargo, otros no tenemos esa “vocación” y por lo tanto no necesitamos esforzarnos para ganar la medalla de oro. Nos sentimos satisfechos con terminar la carrera. No tenemos que privarnos de lo que la mayoría de la gente disfruta. Podemos casarnos, tener hijos, tener una carrera profesional, comprar una casa para vacacionar y un bote. Solo tenemos que ir a Misa los domingos, evitar incumplir los Diez mandamientos, confesarnos cuando pecamos y, básicamente, ser personas decentes.
Hace algunos años incluso escuché una predica sobre este sistema en la homilía dominical. El sacerdote dijo que el evangelio nos presentaba un Jesús radical y uno moderado. Algunos, como la Madre Teresa, elijen seguir al Jesús radical, pero nosotros podíamos elegir al Jesús moderado si nos resultaba más cómodo.
En Lucas 14:25-33, Jesús no nos da estas opciones. Él dice que “ninguno” puede ser su discípulo si no renuncia a todas sus posesiones”. Y probablemente esta otra declaración sea más inquietante: “si alguno viene a mi sin dejar a su padre o a su madre, su esposa y sus hijos, sus hermanos y hermanas, incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”.
Este es un requerimiento de entrada. Si no estás dispuesto hacer esto, no te moleste en iniciar como discípulo, dice Jesús.
Esperen un momento. Se suponía que los buenos cristianos deben amar a sus esposas, padres e hijos. Y ¿cómo se supone que vas a amar a tu prójimo como a ti mismo si renuncias al prójimo y a ti mismo? ¿Acaso se supone que debemos dejar nuestras familias, vender nuestros bienes y entrar en un monasterio o convento?
No. De hecho, eso no solo sería irresponsable sino muy fácil. “Renunciar” a tu familia no quiere decir evadir la responsabilidad de cuidar de ti mismo. “Renunciar a ti mismo” no quiere decir abusar de ti mismo.
Jesús quiere decir que debemos ser radicalmente independientes de nuestra familia, de nuestros amigos y del auto gratificación, en favor de la dependencia a Dios, su verdad y su voluntad. Existe un amor basado en dar y un amor que solo quiere disfrutar. Nunca debemos dejar de dar a otros lo que es para su propio y autentico beneficio. Sin embargo, en ocasiones debemos renunciar de disfrutar, de buscar la opinión y la aprobación de los demás y ser fieles a la verdad.
La mejor forma de ver esto es en la vida de una persona que vivió esta llamada radical al discipulado. Tomás Moro pensó en unirse a los mojes que lo educaron, pero se dio cuenta que estaba llamado al matrimonio y la vida familiar. Así que tomo un trabajo en el gobierno, se casó y tuvo hijos. Ascendió en el gobierno hasta llegar a ser Canciller de Inglaterra bajo Enrique VIII. Tenía una magnifica mansión en el rio Tamez donde entretenía a su amigo el Rey y a otros famosos hombres y mujeres de Europa. Tomás tenía un gran sentido del humor y una profunda relación con sus hijos, una profunda vida de oración y le encantaba escribir ficción, sátiras y teología.
Entonces su jefe, Enrique VIII, se divorció, se volvió a casar y se justificó rompiendo su alianza con el Papa y erigiéndose a sí mismo como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Él quería que todos los ciudadanos recitaran un juramento de fidelidad a su nuevo orden. Todos siguieron este lineamiento. Todos los obispos firmaron, excepto uno. Todos los amigos de Tomás hicieron lo mismo.
Tomás Moro sabía que firmar el acuerdo iba en contra de su conciencia, comprometía su integridad, ofendía a Dios y alentaba a otros a hacer el mal. Él amaba demasiado a Dios, así mismo y a los demás como para hacer esto. Así que perdió el aprecio de sus amigos y su rey. Finalmente prefirió perder su cabeza en lugar de negar su corazón.
Pocos de nosotros gozamos de los privilegios de los que gozo Tomás o seremos llamados a hacer el mismo sacrificio. Sin embargo, se nos presentan pequeñas decisiones de cada día que nos muestran donde yace nuestra verdadera lealtad.
Esta publicación expone que el llamado a un discipulado radical es para todos los cristianos, y cómo Santo Tomás Moro es un modelo de discípulo. Se ofrece como reflexión sobre las lecturas para el vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario, Ciclo C (Sabiduría 9:13-18, Filemón 9-10,12-17; Lucas 14:25-33) y también para el memorial de Santo Tomas Moro y San Juan Fisher, el 22 de Junio.
Traducción al español por Miguel Armando Carranza.
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