Ser santo, no santurrón; ser testigo, no espectador

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Es bueno orar por las vocaciones. ¿Pero quién exactamente tiene el llamado? Los sacerdotes, los diáconos, las monjas y los religiosos ciertamente tienen un llamado o vocación. ¿Pero qué hay del resto de nosotros? ¿Tenemos ese llamado?¿Hemos sido elegidos? Y si es así, ¿para qué? ¿Y qué tiene que ver la pureza sexual con todo esto?

Cuando era pequeño, se nos exhortaba a orar por las vocaciones. Eso quería decir orar para que hubiera más sacerdotes y monjas. Después de todo, ellos eran los que tenían un llamado especial de parte de Dios. El resto de nosotros teníamos que descubrir por nuestra cuenta qué hacer con nuestras vidas, a qué escuela asistir, con quien casarnos y qué trabajo desempeñar.

Esta era una mala interpretación que el Concilio Vaticano Segundo estaba decidido aclarar. El Concilio enfatizó lo que San Pablo dejó claro en el capítulo 6 de la Primera Epístola a los Corintios – que todos los cristianos tenemos una vocación (Lumen Gentium, capitulo 5).

Llamados a ser santos

Pero el primer llamado que tenemos no es a hacer algo, si no a ser algo. Cada uno de nosotros está llamado a ser santo. Y la santidad no debe equipararse a ningún estado particular en la vida. Ya seamos estudiantes, madres de familia a tiempo completo, enfermeras u obispos, nuestras actividades diarias nos llenan de suficientes oportunidades para crecer en la fe, la esperanza y el amor. Es la perfección de estas tres virtudes lo que hace la verdadera santidad.

Claro que hay muchos estudiantes, madres, enfermeras y obispos que no llegan a ser santos. Obviamente entonces las actividades no son suficientes en sí mismas para convertir a la gente en santos. La gente tiene que tomar una decisión consiente no solo una vez, sino cada día, de entregarse, entregar sus voluntades y sus vidas a Dios y permitirle a Él, al alfarero, que use sus actividades de cada día para darles forma como al barro en sus hábiles manos.

LLamados a la Santidad y la Pureza

Cuando nos bautizaron recibimos el llamado a la santidad. Desde ese momento, nuestras vidas no nos pertenecen. “Y no vivo yo,” dice San Pablo, “sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.» (Gálatas 2:19b-20). Como Samuel (1 Samuel 3), somos dedicados a Dios, apartados para glorificarlo en cada aspecto de nuestro ser, incluyendo nuestros cuerpos.

Su Espíritu vive en nosotros y nos convertimos en la morada de Dios y adquirimos una nueva dignidad. La insistencia bíblica en la pureza sexual no viene de un desdén mojigato por la sexualidad, sino del simple hecho que debemos tratar nuestros cuerpos con la reverencia que se le debe al templo de Dios (1 Cor 6:13c-20). No tenemos derecho de dejar que el Templo de Señor sea utilizado para una aventurilla barata.

Llamado misionero a evangelizar

Hay algo más que estamos llamados a ser – evangelizadores. En el bautizo y la confirmación, somos ungidos, como Jesús en su bautizo, para ser profetas que anuncian la Buena Noticia del Evangelio. El llamado para traer a otros a Jesús no se limita a los misioneros o aquellos con una personalidad extrovertida. El Concilio Vaticano Segundo es inequívoco sobre este tema – de obra y de palabra, cada uno de nosotros está llamado a ser testigo del hecho que Jesucristo es el Salvador del mundo, aquel que cumple todas las esperanzas y aspiraciones de cada persona sobre la faz del planeta (ver Decretos sobre el Apostolado de los Laicos y la Actividad Misionera)

Vocaciones Sacerdotales y Religiosas

¿Entonces, si todos estamos llamados a la santidad y a ser misioneros, de qué sirven más sacerdotes y monjas?

Los religiosos son un poderoso signo para el mundo de que la santidad debe ser prioridad número uno para todos. Y los sacerdotes y obispos tienen un llamado especial a compartir en el ministerio de los apóstoles para prepararnos para nuestra misión apostólica.

Así que necesitamos orar por aquellos que han respondido al llamado a las órdenes sacerdotales y la vida religiosa y orar para que muchos más respondan al llamado.

Pero orar por las vocaciones implica más que esto. Imagina si los billones de cristianos en el mundo tomaran seriamente su propia vocación a ser santos y testigos. ¡Estoy seguro que veríamos muchos cambios!

Esta publicación sobre orar por las vocaciones a la santidad y las misiones enfatiza que todos estamos llamados y elegidos, que todos tenemos el llamado de Dios. Se ofrece como una reflexión sobre las lecturas para el segundo domingo del tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (1 Samuel 3:3-10; Salmo 40, 1 Corintios 6:13-15, Juan 1:35-42). 

 

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