El Hijo Pródigo y la Reconciliación

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La parábola del hijo pródigo o despilfarrador en realidad es más sobre el padre amoroso. Dios no es un tirano furioso que deba ser apaciguado con el sacrificio de los sufrimientos de su Hijo. Por el contrario, es el dadivoso amor de Jesús, hijo del dadivoso Padre, lo que logra la reconciliación por medio del sacrificio de un Cordero Pascual sin mancha.

Aquien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).

En los últimos siglos, algunos cristianos, al leer estas palabras han sacado conjeturas equivocadas. Relacionan este versículo con las palabras que Jesús dijo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”. Y adicionalmente mezclan esta idea con una frase del Credo Apostólico: “descendió a los infiernos”. El resultado es un gran malentendido.

La redención mal entendida

La teoría va algo así: El pecado de la humanidad trajo consigo no solo el sufrimiento y la muerte física si no también la muerte espiritual, la separación total de Dios, que es el significado mismo del infierno. Jesús cargó con este castigo en nuestro lugar. Esto significaría que el tomó nuestros pecados sobre sí hasta el punto de convertirse en pecado, convirtiéndose en abominable para el Padre. Por lo tanto, fue verdaderamente abandonado por Dios en la cruz y pasó tres días en el infierno con el resto de los condenados.

Ofrenda por el pecado y reparación

Desenredemos esta idea equivocada. La semana pasada discutimos el verdadero significado de “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Esta semana, es necesario que aclaremos los otros dos mal entendidos. Primero, con respecto a 2 Corintios 5:21.

En hebreo, la misma palabra se usa para decir “pecado” y “ofrenda por el pecado”. Lo que san Pablo realmente nos está diciendo, no es que Jesús se convirtió en pecado, si no en una ofrenda por el pecado. Este tipo de sacrificio se ofrecía para restituir o compensar a Dios por haberle ofendido con nuestros pecados. Le habíamos negado el honor y la gloria que le correspondían. Para realizar esta restitución, había que utilizar la posesión más valiosa para los israelitas de aquellos días: animales perfectos y costosos.

Cordero de Dios

El cordero pascual tenía que ser perfecto, sin mancha y los huesos no podían ser quebrados (es por eso que las piernas de Jesús no fueron quebradas como las de los ladrones, Juan 19: 32-37). Jesús no se hizo pecador, él era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo al cancelarlos con su sacrificio de incalculable valor. Su ofrenda fue un regalo extravagante. Consistía en todo el amor, la humildad y la obediencia que los seres humanos le debían a Dios pero que injustamente le habían negado hace muchos siglos.

Hijo pródigo, padre amoroso

El padre no es un tirano sediento de sangre cuya furia se apacienta con el sufrimiento de Jesús. El es el padre amoroso, en la historia del hijo pródigo y respeta tanto la libertad de su hijo como para no obligarlo a quedarse o enviar una partida a buscarle cuando ya estaba al borde de la desesperación.

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El hijo pródigo se marchó arrogantemente y él mismo tendría que viajar de regreso con humildad.

Adán, Eva y todos nosotros nos alejamos por orgullo. Nosotros, sus hijos e hijas, teníamos que regresar con humildad. El problema es que no podíamos hacerlo porque el pecado nos había herido profundamente. Así que Dios se hizo hombre y caminó por nosotros, solo que resultó ser el camino de la cruz. La humildad perfecta. El amor perfecto. El sufrimiento perfecto. Sin cansarse ni desanimarse por ninguno de los obstáculos y trampas que el infierno puso en su camino. Eso es lo que nos redimió y pago la deuda de nuestros pecados.

descendió a los infiernos

Y ¿qué hay de la frase en el Credo Apostólico, “descendió a los infiernos”? La palabra utilizada para “infierno” no se refiere a lugar de los condenados (Gehena), sino a la morada de los muertos, conocida como Seol, Hades o Limbo. El significado de esta frase es simple – Jesús verdaderamente experimento la separación del alma de su cuerpo. No fue un simulacro. Él realmente murió. Por nosotros. Por mí. Fue amor hasta el amargo final.

Jesús es el héroe conquistador, no el chivo expiatorio. Su obsequio de amor inconquistable es lo que expía por nuestros pecados. El Padre se apresura a su encuentro amorosamente, vistiéndolo (y a nosotros) con la resurrección.

La Pasión, por lo tanto, se trata de amor. Puesto que tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único a dar su vida no solo por sus amigos, si no también por sus enemigos.

Este articulo sobre el hijo pródigo, la reconciliación, y el cordero pascual se ofrece como una reflexión sobre las lecturas para el Cuarto Domingo Cuaresma, Ciclo Litúrgico C (Josué 5:9-12; 2 Corintios 5:17-21; Lucas 15: 11-32).

Traducción al español realizada por Miguel Carranza.

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