Abraham, Isaac y el significado del sacrificio cuaresmal

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El Segundo Domingo de Cuaresma la Iglesia presenta la historia de Abraham e Isaac en el monte Moria y la historia de Jesús y sus tres discípulos en el Monte de la Transfiguración. Juntas, estas historias nos enseñan el significado del sacrificio cuaresmal.

Todos sabemos que la cuaresma es sobre hacer sacrificios. Por lo tanto, es adecuado que el segundo domingo de cuaresma nos recuerde uno de los sacrificios más famosos de la historia.

Isaac – la última esperanza de Abraham

Como antecedente a esta historia sabemos que Abraham solo desea una cosa: un hijo que trajera una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo.

El problema es que su esposa era estéril y de edad avanzada. Así que él trata de resolver el problema a su manera y engendra un hijo con una esclava. Esto no resultó muy bien. A continuación, Dios interviene, realiza un milagro y la anciana Sara queda embarazada y concibe un hijo. Isaac se convierte no solo en el primogénito de Abraham si no también en su última esperanza. No hay nada más preciado para Abraham que su hijo. Verdaderamente, entregar a su hijo sería entregarse a sí mismo.

El verdadero significado del sacrificio

Por cierto, este es el verdadero significado del sacrificio en el mundo antiguo. Dios merece todo porque Él nos ha dado todo. Los antiguos sabían que un sacrificio auténtico nunca es solamente un “asentir con la cabeza” a Dios. Lo que se sacrificaba tenía que ser lo suficientemente valioso para representar toda nuestra vida.

Por eso, el sacrificio de seres humanos era tan prevalente en los tiempos antiguos: ofrecer al primogénito era visto como la única forma de adoración aceptable para los dioses responsables de nuestra existencia. En Génesis 22, Dios detiene a Abraham antes que diera muerte a su hijo. Esta terrible experiencia fue una prueba para saber si Abraham estaba verdaderamente entregado a Dios con fe, obediencia y gratitud. Dios no quiere la sangre de Isaac, si no el corazón de Abraham. Entonces Dios provee un carnero que muestra el verdadero sentido de todo autentico sacrificio: ofrecemos a Dios algo de gran valor que nos representa a nosotros mismos.

La leña, el carnero y el cordero

Pero la imagen de Isaac cargando la leña en el Monte Moria debería darnos algún indicio de que la historia apunta a un futuro sacrificio que supera nuestra comprensión. El carnero enredado en los matorrales no es el verdadero sustituto, y el verdadero sacrificio no tomará lugar en el monte Moria.

Es el cordero y no el carnero, el hijo de Dios y no el de Abraham quien es ofrecido en sacrificio. Al igual que Isaac, él cargó la leña para el sacrificio por la pendiente del monte Calvario. Pero al contrario de Isaac, él lo hizo libremente, sabiendo lo que este sacrificio habría de costarle. Su sacrificio logra conseguir lo que ningún sacrificio animal podía: La salvación eterna de todos aquellos que aceptan este regalo de amor.

Sacrificio de amor

De hecho, de eso se trata toda la historia. Desde Génesis hasta Apocalipsis, el tema es el sorprendente amor de Dios. El amor del Padre a su Palabra hecha Carne: “Este es mi Hijo amado” (Marcos 9:7). El amor del Padre que sacrifica a su hijo amado por nosotros (Juan 3:16). El amor del Hijo que deja atrás la gloria del cielo y las brillantes nubes del Monte Tabor por la agonía del Calvario.

Aunque somos nosotros quienes le debemos todo a Dios, es Él quien se sacrifica por nosotros. Nuestro amor por Él solo es un eco de Su generoso e imparable amor por nosotros. “El que no perdonó ni a su propio hijo, antes bien le entregó por todos nosotros ¿Cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?” (Romanos 8:32).

Nuestro sacrificio, oración atenta

Este es el verdadero significado del sacrificio cuaresmal. Renovamos y profundizamos nuestra dedicación a Él y lo expresamos sacrificando algo valioso para nosotros. Al ayunar y dar limosna no olvidemos tomarnos un tiempo también para la oración. Después de todo, el evangelio de este domingo no nos pide renunciar al chocolate. Si no que después de identificar a Jesús como su Hijo amadísimo, Dios nos dio un mandamiento muy claro: “¡Escúchenlo!”.

Este artículo se enfoca en Abraham, el Monte Moria y el Monte de la transfiguración. Es una reflexión sobre las lecturas del Segundo Domingo de Cuaresma del ciclo litúrgico B (Génesis 22:1-18; Salmo 116; Romanos 8:31b-34; Marcos 9:2-10).

Traducción al español por Miguel Carranza

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