La limpieza del Templo – el fin de la rutina

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La religiosidad no se opone a la espiritualidad, pero algunas veces la religión se convierte en algo rutinario, en algo que se hace por costumbre. La limpieza del templo por parte de Jesús marcó el final de esa religión acostumbrada. Nuestra religión debe basarse en una fe viva, en el celo y la fidelidad a los diez mandamientos.

Al principio todo era nuevo y fresco. Un Dios desconocido, pero poderoso, liberó a un grupo heterogéneo de esclavos y les ofreció un nuevo modo de vida en una nueva tierra. Mejor aún, les ofreció una relación exclusiva y privilegiada con él.

El significado de los diez mandamientos

En el mundo antiguo, la mayoría de las naciones adoraban a sus propios dioses y creían gozar de beneficios especiales de su parte. Por ejemplo, los griegos tenían a Zeus y los Cananeos a Baal.

Sin embargo, este misterioso nuevo Dios era diferente. Se llamaba a sí mismo “YO SOY EL QUE SOY” y no toleraba rivales. Había derrotado a los dioses egipcios en su propio terreno y aparentemente estaba listo para llevar a su nuevo pueblo al territorio de Baal. Ninguno de los otros dioses requería algún comportamiento especial, solamente sacrificios rituales. Este nuevo dios requería fidelidad y un código de conducta para todas las instancias de la vida cotidiana, no sólo la religiosa. Ningún área estaba fuera de las exigencias de este Dios: económica, familiar y aun sexual. Si Israel quería entrar en esta relación especial tenía que aceptar el sello de su propiedad en cada aspecto de su vida. Este era el verdadero significado de los Diez Mandamientos que se proclaman en la primera lectura de este domingo.

Ritual rutinario y monumentos a uno mismo

Pero lo que comenzó con un celo sincero se convirtió en un ritual rutinario. El código de este nuevo pacto exigía sacrificios de animales que debían realizarse en lugares especiales. Con mucha devoción, el Rey David deseó construir un lugar adecuado para la Casa de Dios, pero sería su astuto hijo Salomón quien haría este sueño realidad. Después que los babilonios destruyeron el templo, este fue reconstruido, pero no sería ni la sombra de lo que antes era. Luego vino un poderoso rey que vio la oportunidad de hacer del templo el orgullo del pueblo de Dios. Lo reconstruyó con una majestad superior a la anterior. Sin embargo, era un monumento a sí mismo y no a Dios. Después de todo, a él poco le importaba Dios y ni siquiera era un judío de sangre. Era un asesino a sangre fría cuyo nombre vivirá por siempre en la infamia – Herodes el Grande.

La religión como un negocio

¿Y qué hay de los líderes religiosos en los días de Herodes? Para ellos la religión se había convertido en un negocio. Se necesitaban animales para los sacrificios, así que eran vendidos en el templo. Se necesitaban shekels hebreos para pagar los impuestos del templo, así que los cambiadores de dinero convenientemente estaban disponibles dentro del templo para que las personas cambiaran su dinero romano a moneda judía.

El profeta Malaquías (3:1-5) había predicho que el Señor vendría repentinamente a su templo para acabar con estas situaciones, y Zacarías (14:21) había predicho que ya no habría mercaderes al interior del templo.

Fe viva

Así que cuando Jesús volcó las mesas de los cambistas, estaba cumpliendo con la escritura y dejando claro que el tiempo mesiánico había llegado. La religión ya no sería igual. Ya no debía haber una actitud de indiferencia hacia la religión. Era el tiempo para la fe viva y no solo para creencias religiosas. El celo por el Señor le consumía y había venido también a encender el fuego del celo en nuestros corazones.

La cuaresma nos da la oportunidad de evaluarnos. ¿Se ha convertido nuestra religión en rutina o en un simple conjunto de convicciones intelectuales y rituales externos como sucedió a los escribas y fariseos? ¿Es nuestra piedad más un monumento a nosotros mismos que a Dios, como en el caso de Herodes? ¿Es para nosotros Cristo crucificado el poder y la sabiduría de Dios o simplemente una figura de yeso colgada en la pared?

Hora de limpiar la casa

La historia de Jesús y los cambistas está al principio del evangelio de Juan. Desde el inicio de su ministerio público, Jesús predijo su muerte y resurrección a su audiencia, pero no le entendieron.  Sería su propio sacrificio el que llevaría a un nuevo comienzo y para prepararse a ese evento limpió la casa.

Al preparamos a celebrar el misterio de nuestra redención, nosotros también debemos limpiar la casa para honrar su sacrificio con nuestros propios sacrificios auténticos.

Este artículo es una reflexión sobre las lecturas del Tercer Domingo de Cuaresma, Ciclo litúrgico B (Éxodo 20:1-17; Salmo 19; I Corintios 1:22-25; Juan 2: 13-25).

Traducción al español por Miguel Carranza

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