El salto de San José a la fama – Padre de la fé
San José siempre aparece en las representaciones navideñas durante Adviento y Navidad e incluso tiene una solemnidad especial en su honor, el Día de S...
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El Secreto Mesiánico – ¿por qué Jesús no quiere que se sepa que él es el Mesías? ¿Tendrá algo que ver con la cruz y con el enigma de que solo el que pierde su vida la encontrará? Tomando en cuenta la observancia anual del Día del Padre en el mes de junio, ¿podría esta meditación sobre el liderazgo abnegado aclarar cuál es el auténtico papel del padre en la familia cristiana?
Jesús hace una pregunta sencilla, “¿Quién dice la gente que soy yo?”(Lucas 9:18). Todos ofrecen una respuesta ya que describir las opiniones de otras personas no requiere de ningún compromiso personal. Sin embargo, Jesús después les hace una pregunta más difícil, “Y ustedes ¿Quién dicen que soy yo?”. Contestar esta pregunta implica exponerse un poco.
El impetuoso Pedro se apresura a mencionar lo que todos están pensando en secreto: “¡El Mesías!”
Justo cuando nos preparamos a aplaudir, Jesús le lanza una bola curva. Lucas nos dice que, “Él les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie”
¿Por qué?
Primero, recordemos el significado del término “mesías” (Cristo, en griego). Para el pueblo del antiguo testamento y los judíos del siglo primero, “mesías” simplemente se refería al “ungido”, es decir, al ungido rey de Judá. El rey modelo para Judá era, claro está, David (haciendo a un lado aquel incidente con Bersaba). ¿Qué hizo el rey David por su pueblo? Fue un poderoso guerrero que expulsó a los enemigos de Israel de la Tierra Prometida y convirtió a los judíos en un pueblo independiente, orgulloso y próspero.
El último “mesías” que se sentó en el trono de su antepasado no lo hizo tan bien. Lejos de conquistar a los enemigos de Israel, fue exiliado a Babilonia junto a los pocos líderes que los babilonios no asesinaron. Durante 500 años no hubo un “mesías”, un rey gobernando Judá. Durante este tiempo los profetas hablaron de un nuevo David que vendría a liberar a Israel de sus enemigos. Desfiles exaltando la victoria, venganza sobre los odiados romanos, prosperidad, empleo, incluso un nuevo imperio como bajo Salomón – así es como el pueblo interpretaba dichas profesáis. Cuando la madre de los hijos de Zebedeo preguntó si sus hijos podían sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús, en esto estaba pensando.
Cierto, Jesús era el Mesías. Pero el enemigo que había venido a derrotar era mucho más formidable que los romanos. Hubiera sido más fácil expulsar a los romanos de Palestina que expulsar el pecado del corazón del hombre. Tiberio César era un enemigo insignificante en comparación al Príncipe de este mundo.
Si, Jesús iba a desfilar victorioso en Jerusalén, pero montado en un burro, no en un caballo. Si, iba a portar una corona, pero de espinas, no de oro. Y, sí, sus socios más cercanos serían exaltados de la misma forma. Pero Él sería elevado en una cruz, no sobre una tarima. Así que simplemente llamarlo Mesías, sin dar una explicación, definitivamente daría a su pueblo la palabra correcta pero la idea incorrecta.
Si observamos el relato bíblico completo y juntamos todas las profesáis, notaremos que la cruz es parte de los requisitos básicos del tan esperado mesías. Si leemos todo el Nuevo Testamento, también observaremos que la cruz forma parte integral de la lista de requisitos para los seguidores del Mesías. No es algo opcional o requisito solo para el equipo estelar. No se puede ser cristiano con la condición que vas a hacer todo siempre y cuando esté dentro de tu zona de comodidad.
Cuando Jesús dice que cada discípulo debe negarse a sí mismos y “perder su vida” no debemos malinterpretar. Algunas personas piensan que eso quiere decir perder su identidad única y su personalidad y que ser cristiano es pertenecer a un culto donde todos actúan, piensan y se ven iguales.
Precisamente se trata de lo contrario. A menudo no sabemos lo que somos en realidad, cuáles son nuestros verdaderos dones, lo que nos hará verdaderamente felices. Dios nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos y nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos. Después de todo, El nos hizo a todos. Negarnos a “nosotros mismos” quiere decir negar nuestros deseos egoístas, que a menudo son ingenuos y en algunos casos auto-destructivos. La cruz significa dar nuestra vida por los demás, lo cual ultimadamente realiza quienes somos en el corazón de nuestro ser ya que estamos hechos a imagen y semejanza de una comunidad generosa y abnegada, la Santísima Trinidad.
La cruz significa que cuando mi voluntad y la voluntad de Dios se enfrentan, yo cedo y Dios gana. Y yo confío que Su Voluntad últimamente me llevara la realización de mi llamado único y personal, incluso si en el corto plazo encuentro sufrimientos. Si observamos los santos, podemos darnos cuenta de cómo se desenvuelve. San Francisco de Asís es muy distinto de San Ignacio de Loyola. Las personalidades y estilos de vida de Madre Teresa y Santa Teresa, la Pequeña Flor, no podrían ser más distintas. Esto confirma que la sumisión a la voluntad de Dios no implica convertirse en un clon, sino en una obra de arte sorprendente, elaborada por el Divino Artista.
Estas publicación sobre el Secreto Mesiánico, la cruz y el sacrificio se ofrece como una reflexión sobre las lecturas para el doceavo domingo del tiempo ordinario, ciclo C (Zacarías 12:10-11; Salmo 63; Gálatas 3:26-29; Lucas 9:18-24).
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