Todo lo que necesitas es amor
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Domingo de Ramos
by: Dr. Marcellino D’Ambrosio
Translated by: Miguel Carranza
Llegamos ahora a un domingo con doble personalidad. Comienza con la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Es un evento festivo, un desfile por un camino lleno de ramas de palmera. Pero rápidamente llegamos a la dramática lectura de la pasión de Nuestro Señor, soportable únicamente porque ya sabemos que tiene un final feliz. La película de Mel Gibson nos hizo un favor al recordarnos lo horriblemente brutal que fue este acontecimiento.
Este día tiene dos nombres: Domingo de Ramos o Domingo de Pasión. Yo tengo un tercer nombre: Domingo Veleidoso. La misma multitud que le había vitoreado durante el desfile, le abuchearía días más tarde. Habían sido cautivados por sus sermones, alimentados con panes y pescados, curados de sus enfermedades, exorcizados de sus demonios. Sin embargo, en cuanto la marea cambió, ellos también. Sus vítores de “Hosanna” se convirtieron en gritos de “¡Crucifíquenlo!”
A Jesús no le sorprendió para nada. Los evangelios nos dicen que él conocía la mente y el corazón humano demasiado bien. No era engañado por las aclamaciones y la fanfarria. Los halagos no se le subían a la cabeza. No tenía delirios de grandeza o ambiciones de gloria mundana. De hecho, la segunda lectura nos cuenta que gustosamente se vació a sí mismo de la gloria celestial para ir en busca de su verdadera pasión: Hacer la voluntad de su padre y conseguir nuestra salvación.
Puso su cara dura como la piedra. Tenía una misión y nada lo detendría. Superó barreras que usualmente nos detendrían a nosotros: miedo al ridículo, temor al sufrimiento, abandono de nuestros amigos más cercanos. Estuvo dispuesto a soportar el aguijón del pecado para borrar el pecado, y gustosamente enfrentó la muerte para derrotarla.
Verdaderamente tenía una “lengua bien entrenada”. Sus palabras fascinaron a las multitudes, intrigaron a Herodes e incluso hicieron meditar a Pilatos. Pero curiosamente, esta vez sus labios no emiten ningún sonido. Todos los evangelios señalan que dijo muy poco durante su pasión, pronunciando únicamente siete frases desde la cruz. Probablemente fue para cumplir la escritura que decía “como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que las trasquilan esta muda, tampoco el abrió la boca” (Isaías 53: 7b). A decir verdad, todo lo que sucedió en estas últimas horas cumplió con las escrituras. En Isaías 50, se había predicho la golpiza y las burlas que recibiría. El Salmo 22 lo había predicho cientos de años antes de que ocurriera: su sed, las heridas de sus manos y pies hechas por los gentiles (a quienes los judíos llamaban “perros”), y el sorteo de sus vestiduras. Las primeras líneas de este salmo dicen “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” ¿Acaso habrá pronunciado esta frase para recordarnos que todo estaba planeado?
Por lo tanto este aparente silencio también era para cumplir la escritura. Sin embargo, había otra razón para su silencio. Aunque Jesús estaba destinado a predicar el Viernes Santo, el mensaje no iba ser transmitido usando palabras. Este sermón utilizaría lenguaje corporal. De acuerdo a los judíos, el viernes comienza al atardecer el Jueves Santo. Así que al comenzar su ultimo día, Jesús nos dio los “subtítulos” de su más grande sermón: “este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros, esta es mi sangre que será derramada por vosotros.»
El amor no se expresa con palabras, se demuestra con hechos. Los diamantes pueden ser un testimonio para el amor, pero el entregar la propia vida es aun más convincente. Y aunque nuestra vida es “humana” y por lo tanto vulnerable, también es divina y por lo tanto infinitamente valiosa. Es un regalo tan valioso que sobrepasa cualquier ofensa cometida desde la creación hasta el fin del mundo. Una acción tan poderosa que derrite corazones, abre las puertas del paraíso y hace todas las cosas nuevas.
Este artículo fue publicado originalmente en “Our Sunday Visitor” como una reflexión sobre las lecturas del Domingo de Ramos para el ciclo litúrgico B (Marcos 11:1-10; Isaías 50:4-7; Salmo 22:8-24, Phil 2:6-11; Marcos 14:1-15:47). Se reproduce aquí con permiso del autor.
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