Adviento, época de esperanza
El Adviento es una época de gozo y esperanza. San Pablo nos llama a regocijarnos en la esperanza. ¿Pero que es la esperanza? ¿Cómo se diferencia de la...
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La parábola del fariseo y el publicano (recaudador de impuestos) en Lucas 18, nos enseña muchos sobre el orgullo, la humildad y….la locura. Incluso nos da un mejor entendimiento sobre uno de los principales gritos de batalla de la Reforma Protestante – “sola gratia” o “solo por gracia”.
Cada año, en una de las principales universidades católicas del país, un catedrático hace encuesta con los alumnos que inician su carrera. Él les hace esta pregunta: “¿si murieran esta noche y aparecieran ante las puertas del cielo, cual sería tu boleto de entrada?
Nueve de cada diez estudiantes apuestan que su buen carácter y su buen comportamiento les harán merecedores de la entrada. Esta es la misma estrategia utilizada por el fariseo en la parábola que encontramos en el evangelio de este domingo (Lucas 18:9-14) sobre el fariseo y el publicano.
Al escuchar esta historia hoy en día, el fariseo nos parece engreído. Sin embargo, su verdadero problema es que, al igual que los estudiantes, ha perdido contacto con la realidad. Y perder contacto con la realidad es la definición de locura.
La realidad es que somos creaturas y Dios es el creador. El cielo es la experiencia d compartir íntimamente en la vida de Dios, participando de su inmortalidad y su amistad. Tenemos menos derecho a reclamar íntima amistad con Dios de lo que una pulga tiene derecho a reclamar íntima amistad con nosotros. Como dijo el filósofo danés Kierkegaard, hay una distancia cualitativa infinita entre nosotros y Dios.
De hecho, por nuestros propios méritos no tenemos derecho alguno sobre Dios. Un derecho se basa en justicia. La justicia se trata de recibir lo que merecemos y pagar lo que debemos. Recibimos de Dios nuestro ser y todo lo que necesitamos para darle sustento. Por lo tanto le debemos todo – amor perfecto, honor, obediencia y alabanza. Asistir a la iglesia de vez en cuando, arrojar algunos centavos en la colecta y tratar de ser personas honestas no logra cubrir la deuda. De hecho, considerando lo que debemos, los méritos del fariseo no son más impresionantes que los del recolector de impuestos.
Por eso Dios envió a Jesús. A pesar de su perfecto acto de humildad, obediencia y amor en la cruz, El pagó la deuda que toda la raza humana debía a Dios. Eso es justicia. Y luego lo registró a favor en nuestra cuenta. Eso es misericordia. Otro nombre para la misericordia s gracia.
En el siglo dieciséis, Martin Lutero, un fraile agustino, estudió las epístolas de San Pablo y llego a una sorprendente conclusión: “Ustedes han sido salvados por la fe, y lo han sido por gracia. Esto no vino de ustedes, sino que es un don de Dios; tampoco lo merecieron por sus obras, de manera que nadie tiene por qué sentirse orgulloso» (Efesios 2:8). Esperen un minuto, ¿qué no es esta una doctrina protestante? No. En las palabras de Peter Kreeft, “la Reforma Protestante comenzó cuando un monje católico descubrió doctrina católica en un libro católico”.
Al hablar con muchos católicos en los días de Lutero, no hubieras adivinado que esta era una doctrina católica. Y la encuesta a los estudiantes universitarios ilustra que lo mismo es cierto hoy en día. La mayoría parece estar bajo la misma ilusión del fariseo, que merecen la salvación basándose en sus buenas obras.
La doctrina católica siempre ha sido clara – ¡todo es por gracia! Cualquier bendición natural de la que gocemos – salud, trabajo, familia, educación – es un regalo. ¿Tuvimos que esforzarnos para obtener lo que tenemos? Seguramente. Sin embargo, fuimos creados de la nada. Nuestra existencia y nuestra capacidad para trabajar son un regalo. Si disfrutamos nuestra relación íntima y personal con Dios como nuestro Padre y Jesús como nuestro hermano, eso también es un regalo. ¿Tenemos que esforzarnos espiritualmente por cumplir la voluntad de Dios y caminar por la senda de las buenas obras que Dios nos ha señalado? (Efesios 2:10) Por supuesto. Sin embargo, incluso la habilidad para conocer cuál es la voluntad de Dios y amar como Él nos ama es pura gracia.
El publicano no estaba bajo ninguna ilusión: él sabía que solo merecía el juicio. Así que pidió misericordia. Esto es lo sano por hacer. El fariseo, bajo la ilusión que sus obras le hacían justo, no creía que necesitaba la gracia, así que no la pidió. Eso es locura.
La humildad no solo es cordura, es también libertad. Nos libera de pensar sobre lo que hemos hecho en el pasado, sobre lo que merecemos y así poder enfocarnos en lo que Él ha hecho y lo mucho que Él merece. La humildad puede iniciar dándonos golpes de pecho mientras miramos hacia el suelo. Después de todo, el término “humildad” viene de la palabra “humos” que significa tierra. Sin embargo, la humildad madura mira hacia el cielo. No con la arrogancia del fariseo, sino con el gozoso agradecimiento de aquellos que se emocionan al saber que son amados.
Esta reflexión sobre la parábola del fariseo y el publicano (recaudador de impuestos) trata sobre el papel del orgullo, la humildad y la gracia. Se ofrece como una reflexión de las lecturas para el trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C (Sirácides 35:12-14, 16-18; 2 Timoteo 4:6-8, 16-18; and Lucas 18:9-14).
Traducción al español realizada por Miguel Carranza.
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