Adviento, época de esperanza
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¡Escucha Israel! La mayoría hemos escuchado el mandamiento principal: amar a Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo. Sin embargo, si Dios es justo y la salvación depende de este mandamiento, ¿quién podrá salvarse?
U n buen hotel en Jerusalén se ve igual a cualquier hotel en otra parte del mundo excepto por una cosa. En la entrada de cada habitación hay un pequeño cilindro metálico llamado “mezuzá” que sobresale de la jamba de la puerta. Contiene un pequeño pergamino con un versículo de las lecturas de este domingo: “Escucha, Oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Por lo tanto, amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.
Algunos versículos después, el autor de Deuteronomio dice que este mandamiento es tan importante que debía ser repetido constantemente, colgarlo como un pendiente en nuestra frente e incluso inscribirlo en las puertas de nuestras casas. Por ello, los hoteles en Jerusalén tienen los “mezuzá”, y los judíos piadosos se atan en sus brazos y en sus frentes cajas de filacteria que contienen el mismo texto mientras oran en la muralla occidental de Jerusalén.
Así que nuestro Señor Jesucristo no estaba diciendo nada nuevo al subrayar este famoso versículo como el mandamiento más importante. Ciertamente, Jesús conectó este versículo con otro de Levítico 19:18 “Amaras a tu prójimo como a ti mismo.” Aunque pudiera ser que otros rabinos también hayan conectado estos dos mandamientos antes que Él.
Sin embargo, hay algo que Jesús hizo en referencia a estos mandamientos que nadie había logrado antes que él. El si los cumplió.
Algunos, como el hombre rico, se las arreglaban para cumplir muchos de los otros mandamientos, como no robarás o no cometerás adulterio. Estos mandamientos prohíben cierto tipo de actividades malvadas. Definen normas que no deben ser transgredidas, límites que no deben ser cruzados. El violar estos mandamientos implica pasarse de la línea, pecados de comisión.
Sin embargo, los dos mandamientos en el evangelio de hoy no tratan sobre cometer actividades prohibidas o cruzar límites establecidos. Es un mandamiento positivo de amar como Dios ama, con todo el corazón, completamente, cada minuto de cada día. El pecado en este caso es de omisión, el dejar en realizar una obligación que tenemos a cada momento. No se trata solo de una actividad visible, si no de los motivos ocultos de cada actividad. Para un ser humano pecador, el cumplir con este mandamiento es mucho más difícil que el abstenerse de robar, fornicar o emborracharse. De hecho, es una tarea imposible.
Así que olvidémonos de esa tontería de “Yo merezco ir al cielo – Amo a Dios y soy una persona honesta.” Lo siento, pero Dios te ha dado todo. La justicia exige que no solo des un “asentimiento a Dios” asistiendo a la iglesia semanalmente y dando las gracias antes de las comidas, que no solo evites el asesinato o el robo. Estas obligado a amar ardientemente y servir a Dios 7×24. El no hacerlo por un solo instante sería una injusticia contra Dios y serias merecedor de las consecuencias.
Afortunadamente, Jesús vivió cada momento motivado por el amor perfecto – por nosotros y por Dios. Incluso prefirió la tortura y la muerte a renunciar a su compromiso de cumplir estos dos mandamientos. Por su obediencia, ganó la vida eterna para sí y para todos los que le pertenecen, acreditando a su cuenta lo que el mismo ganó por su sangre, sudor y lágrimas.
Y este perfecto y misericordioso sumo sacerdote continúa viviendo por nosotros, siempre a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. El ora por misericordia, para que el Padre no mire nuestros pecados y las consecuencias que merecen, si no a la cruz que Jesús soportó para que esos pecados fueran borrados para siempre. Sin embargo, también ora para que Su Espíritu Santo sea derramado sobre nosotros, dándonos el poder para amar cada vez con mayor intensidad, con menos y menos interrupciones, excepciones y limitaciones.
Puesto que él no murió simplemente para que su amor fuera acreditado a nuestro favor. Derramó su sangre para que corriera por nuestras venas, para que pudiéramos amar con su corazón. Para el hombre es imposible, pero con Dios, todas las cosas son posibles.
Este artículo sobre el mandamiento principal es una reflexión sobre las lecturas para el Trigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Deuteronomio 6:2-6; Salmo 18; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28b-34)
Traducción al español por Miguel Carranza
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