Adviento, época de esperanza
El Adviento es una época de gozo y esperanza. San Pablo nos llama a regocijarnos en la esperanza. ¿Pero que es la esperanza? ¿Cómo se diferencia de la...
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El llamado de Abraham y la Transfiguración de Jesús se nos presentan en el Segundo Domingo de Cuaresma puesto que nos enseñan como abordar las adversidades y los sufrimientos con fe y esperenza.
Imagina que han pasado diez años desde tu fecha de jubilación. Finalmente, es hora de relajarse y disfrutar la vida. Vives en una gran ciudad en la que todo está a tu alcance – centros comerciales, eventos culturales, todos tus parientes y amigos. Repentinamente, Dios se te aparece y te dice que empaques, que abandones tu vida presente y que marches hacia una tierra salvaje e incivilizada.
Esto fue lo que sucedió a Abraham en Génesis 12. Él vivía en Mesopotamia, la cuna de la civilización. Tenía 75 años, él y su esposa ya no se pondrían más jóvenes. Ni siquiera conocía el nombre del Dios que lo estaba llamando.
¿Acaso tú no negociarías un poco esta situación? Abraham no lo hizo. Génesis no reporta ninguna contestación de parte de Abraham, ningún “pero”. Génesis simplemente dice que “Abraham marchó como se lo había dicho el Señor”.
Ese eso es tener fe. Abraham escucha un mandamiento de un Dios que no puede ver, cree que este dios debe saber de lo que está hablando y comienza su travesía a un lugar desconocido para él. Recordemos que Pablo dice “caminamos en fe y no en visión” (2 Cor. 5:7). Es por eso que Abraham es el más grande modelo de fe en el Antiguo Testamento. Tener fe, no se trata solamente de creer, se trata de caminar.
Obviamente la elección de caminar de Abraham involucró grandes adversidades. ¿Qué era lo que lo motivaba? Simple. Dios le había prometido algo que él quería desesperadamente. Abraham tenía muchas cosas- esposa, propiedades, sirvientes y todas las comodidades que la civilización de ese tiempo podía proveer. Sin embargo, no tenía hijos y para un semita como Abraham, que no creía en ningún tipo de vida después de la muerte, un hijo era el único boleto hacia la inmortalidad que tenía. Presuntamente, un hijo procrearía hijos y así preservaría vivos el nombre y la memoria de su padre. Dios no solo le prometió descendientes, sino una descendencia tan numerosa que todas las comunidades de la tierra serian bendecidas en nombre de Abraham.
Así fue como el deseo de la gloria futura le permitió a Abraham soportar las tribulaciones que implicaban aceptar el llamado. Este deseo se llama esperanza.
Unos 1900 años más tarde, San Pablo escribe estas palabras a Timoteo: “soporta con migo los sufrimientos por el Evangelio” (2 Timoteo 1:8). Ser cristiano durante los primeros 300 años significaba arriesgarlo todo. Si los romanos te atrapaban, podría significar torturas o muerte, o si tenías buena suerte únicamente confiscaban todas tus posesiones. ¿Por qué habría la gente de tomar este riesgo? Por la misma razón que Abraham acogió las tribulaciones: esperanza. Recibieron una visión y la promesa de gloria entera. Ellos entendieron que ningún bien terreno podía compararse con la dicha eterna y por lo tanto estaban dispuestos a sufrir cualquier pérdida necesaria con tal de alcanzar esa dicha. En esto siguieron a su maestro quien “por el gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia” (Hebreos 12:2)
Consiente del trauma que pronto sufrirían sus apóstoles a causa del horror de su crucifixión, el Señor Jesús dio a sus líderes una visión de esperanza para sostenerlos. Subió al monte Tabor y finalmente apareció como realmente era. En anticipación a la gloria de su resurrección, la Luz del Mundo adelantó una muestra de su deslumbrante divinidad. La Ley y los Profetas fueron testigos de El a través de Moises y Elías. La voz del Padre resonó afirmando que este era su hijo amado. El Espíritu Santo se manifestó como la nube de gloria shekinah, que había guiado a los israelitas en su travesía por el desierto. Esta transfiguración es una escena que proclama todo el evangelio, la Buena Nueva de una vida gloriosa ganada por el Salvador, que diaria para siempre.
Sin embargo, esta experiencia no duró para siempre. No se les dio para que pudieran erigir tiendas y quedarse ahí. Todavía había mucho por caminar. El camino llamado “Vía Dolorosa” se encontraba frente a Él y frente a ellos también. La experiencia llamada Transfiguración tuvo como propósito demostrarles que este camino hacia la cruz no era un camino hacia la muerte sino a través de la muerte el camino a una vida que hace que incluso la muerte parezca insignificante.
Este artículo se ofrece como una reflexión sobre las lecturas para el segundo domingo de Cuaresma, Ciclo A: Genesis 12:1-4, Salmo 33, 2 Timoteo 1:8-10 y Mateo 17:1-9.
Traducción al Español por Miguel Carranza.
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