ACCION DE GRACIAS Y LA EUCARISTIA
Antes que el “Acción de Gracias” fuese un feriado estadounidense, era una celebración distintiva de la tradición judeo-cristiana. Todos los pueblos de...
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Todos conocen las historias bíblicas sobre Hijo Prodigo y sobre el Becerro de oro. Sin embargo, usualmente no relacionan ambas historias como lo hacen las lecturas de este domingo. Así que, ¿Qué tienen en común estas dos historias?
Respuesta: ambas historias hablan mucho acerca de la naturaleza del pecado. Piénsalo. Dios ve un pueblo esclavizado a un yugo miserable en la nación más poderosa de la tierra. El abandera su causa, aplasta el ejército del Faraón, los libera de Egipto y los convierte en su pueblo elegido. Y mientras le entrega al nuevo líder el anteproyecto para su nueva vida, el pueblo decide adorar lo que sus vecinos de al lado, los habitantes de Canaán, adoraban: poder, virilidad, fertilidad y prosperidad. El toro de oro simbolizaba estas cosas y es justo por esta razón era un ídolo prominente en el antiguo medio oriente.
Ahora, hablemos del Hijo Prodigo. Nace al interior de una familia prospera y recibe todas las cosas buenas de su padre. Pero en lugar de esperar a que su padre falleciera, exige su herencia de inmediato, con una mirada altanera mira a su padre, toma el dinero y se marcha. Desperdicia todos lo que tiene en parrandas y una vida desordenada, persiguiendo el mismo ídolo que los israelitas en el desierto.
La comida le saciaba. El vino lo emocionaba. Las parrandas le excitaban. Sin embargo, después que todo había terminado, estaba en quiebra, vacío y solo.
Esta es la gran ilusión del pecado. Cuelga frente a nuestros ojos como la llave a la realización y la felicidad. Todo gira alrededor de gozar los regalos de la creación desafiando al Creador, de forma contraria a su amoroso y sabio diseño. Y debido a que todo fue creado bueno por Dios, al principio parece que va a funciona. Al principio, el pecado sabe bien. Pero al final, siempre se vuelve amargo y nos deja con una gran tristeza y un gran vacío. Por el contrario, la voluntad de Dios al principio pudiera arder, pero más tarde nos trae una profunda dicha que pone a cantar nuestro corazón.
Así que, ¿en qué se diferencia la historia del hijo prodigo de la historia del becerro de oro? Es la diferencia entre el antiguo y el nuevo testamento, entre una revelación preliminar o parcial y la completa revelación de Dios en Cristo. En el Éxodo, Dios Todo poderoso reacciona al pecado con ira santa, tal como lo hizo en el Génesis cuando limpio al mundo del pecado con el diluvio. De no ser por la intercesión de Moisés, hubiera hecho lo mismo con los idolatras y todo hubiera comenzado de nuevo.
En el evangelio, Dios, el Padre compasivo, mira más allá del pecado y se enfoca en el pecador. El hermano mayor del hijo prodigo quiere castigo. El padre insiste en la misericordia.
Hay un punto muy importante en la historia que no debemos pasar por alto. La motivación del hijo prodigo no es el dolor de conciencia por haber ofendido a su padre. El admite su pecado y quiere perdón, pero para salvar su pellejo.
¿Acaso esto le importa al Padre? ¿Acaso insiste que la contrición del hijo sea pura o perfecta? ¿Acaso pone atención al discurso preparado por el hijo? No. Está sobrecogido por que su hijo ha comenzado el camino a casa, por cualquier razón. Lo llena de regalos antes de llevarlo a casa. El hermano mayor insiste que no merece este tratamiento. El Padre no refuta esto. El Hijo prodigo no merece anda, pero el Padre le da todo.
La gracia de Dios precede incluso nuestra expresión de contrición. De hecho, sin la gracia de Dios, ni siquiera podemos tomar el primer paso en el camino de regreso a Él. Él nos ama cuando aún somos pecadores, y parece revestir de las mejores gracias a los que menos las merecen.
Preguntémosle a san Pablo al respecto. Tal vez el haya escrito más sobre la gracias que cualquier otro autor bíblico debido a que la necesito mucho. ¿Fue Benjamín Franklin quien dijo que dios ayuda a aquellos que se ayudan? Pablo, el mayor de los pecadores (1 Timoteo 1:15), entendió que es exactamente lo opuesto: Dios ayuda aquellos que no pueden ayudarse a sí mismos. De eso se trata la gracia.
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