Hombres de poca fe – Tomás el incrédulo

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Ocho días después de la Pascua, el incrédulo Tomás tiene un encuentro con Cristo Resucitado que le convierte en creyente e incluso en apóstol, o embajador, que llevaría el evangelio a un mundo lleno de incredulidad. Esto nos da la esperanza que El hará lo mismo con nosotros.

No sabemos dónde estaba Tomás. Todo lo que sabemos es que se lo perdió. Los demás estaban escondidos a puertas cerradas, con la esperanza de que las autoridades estuvieran satisfechas con haber dado muerte a su maestro y los dejaran en paz.

Sin embargo, Jesús no iba a dejarlos solos. A pesar de que las puertas estaban cerradas, apareció en medio de ellos con toda su gloria, trayendo paz donde había miedo. En lugar de reprenderlos por su cobardía, sopló sobre ellos el Espíritu de misericordia y les encomendó ser sus embajadores, verdaderos instrumentos de su Divina Misericordia.

Tomás, el incrédulo

Son “apóstoles” porque son “enviados”, al igual que Jesús, el apóstol original, quien fue enviado a nosotros por el Padre para el perdón de los pecados. Pecadores llamados a llevar la Buena Noticia de misericordia a otros pecadores. Pecadores llamados a consolar a otros con el mismo consuelo que recibieron de Aquel que no tiene pecado.

No podían creer que Tomás se hubiera perdido este encuentro con Jesús y no podían esperar a contarle la noticia. Sin embargo, Tomás tercamente se reusó a creer que hubiese sido algo más que un espejismo puesto que la muerte es definitiva. Los cadáveres no regresan a tomar el té tres días después. Sin importar las desconcertantes predicciones de Jesús sobre “reconstruir este templo en tres días”, sin importar el hecho que todos sus hermanos, excepto Judas, estaban presentes y juraron haber visto sus heridas. Tomás arrogantemente solicitó evidencias empíricas para poderlas inspeccionar a satisfacción.

Tomás, el creyente

Así que ocho días más tarde, el Maestro nuevamente desafía las puertas cerradas y aparece en medio de ellos. Esta vez, Tomás estaba presente. Imaginemos la expresión en su rostro al encontrarse con los ojos de Jesús. Probablemente quiso correr a esconderse por la vergüenza. Jesús le invita a sondear sus heridas para satisfacer su apetito por evidencias. Tomás decide no dar explicaciones, no defenderse y simplemente rendirse. Se le pide creer que su Maestro ha resucitado, él se pone a la altura de las circunstancias y confiesa algo superior: que su Maestro no es solo Señor, sino que es Dios.

La confesión de Tomás sobre la Divinidad de Jesús puede ser vista como el culmen del Evangelio de San Juan, una confirmación adecuada de su primer versículo: “la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios” (Juan 1:1).

El poder de la fe

La fe ha vencido al miedo y pronto vencerá al mundo. Tomaría un poco más de tiempo para que el imperio más poderoso del mundo cayera de rodillas, pero finalmente los brutales emperadores dejaron atrás sus pretensiones y su orgullo y confesaron la misma fe que el incrédulo Tomás. En las palabras de la segunda lectura, “el poder que ha conquistado el mundo es nuestra fe” (1 Juan 5:4).

La fe tiene este poder porque es un regalo supernatural. Fue el Espíritu que Jesús sopló sobre los Diez discípulos aquella tarde de Pascua lo que les dio el poder de creer y convertirse también ellos en embajadores de la fe y la misericordia. Sin ese mismo Espíritu, Tomás no tenía el poder de creer. Sin embargo, una vez que el aliento de Cristo resucitado descongeló su duro corazón, Tomás pudo también experimentar la dicha de la fe y asumir la tarea que Dios le había asignado de convertirse en una de las piedras fundamentales del nuevo templo de Dios, la Iglesia.

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La comunidad de los creyentes

Este templo, construido con piedras vivas, fue verdaderamente un testimonio convincente. Según los informes, los paganos comentaban sobre “como los cristianos se amaban”. Puesto que eran una comunidad con un mismo corazón y un mismo pensar (Hechos 4:32-35). Incluso compartían sus bienes materiales para que ninguno pasara necesidades. Esta unidad fluía de la unidad de fe.

A Tomás se le conocía al principio como escéptico. Sin embargo, él y sus escépticos amigos llegaron a ser llamados “creyentes”. Esto debe llenarnos de esperanza. Si lo deseamos, el Espíritu fortalecerá nuestras las manos cansadas y las rodillas debilitadas de nuestra imperfecta fe para convertirnos en efectivos embajadores en un mundo escéptico.

Esta publicación se centra en como el escéptico Tomás, el de poca fe, se convirtió en creyente y apóstol. Es una reflexión sobre las lecturas para la Octava de Pascua (Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo Litúrgico B (Hechos 4:32-45, Salmo 118:2-24, 1 Juan 5:1-6, Juan 20:19-31). También puede leer en la Fiesta de Santo Tomás, apóstol y escéptico, el 3 de Julio.

Traducción al español por Miguel Carranza.

 

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