ACCION DE GRACIAS Y LA EUCARISTIA
Antes que el “Acción de Gracias” fuese un feriado estadounidense, era una celebración distintiva de la tradición judeo-cristiana. Todos los pueblos de...
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La Pascua implica más que esconder huevos de colores o la celebración de la llegada de la primavera. La Pascua significa que el pecado y la muerte han sido conquistados por Cristo resucitado, quien predijo su propia resurrección antes de entregar su vida por nosotros el Viernes Santo.
La mordida de la serpiente fue mortal. Su veneno había penetrado profundamente el corazón de la raza humana, realizando su horrenda misión. El antídoto no estuvo disponible hasta que Él apareció. El antídoto era tan potente que solo se necesitaba una gota. Aún asi, Él no fue mezquino y derramó hasta la última gota de su sangre, sacrificando su vida, derramándola a los pies de la cruz. Esta fue la respuesta del Hijo al Problema del Pecado.
Tres días más tarde, llegó la respuesta del Padre al Problema de la Muerte. Jesús no solo fue vuelto a la vida como Lázaro. Eso sería resucitación: retornar a la vida humana normal, con todas sus limitaciones – incluyendo la muerte. Si, ultimadamente Lázaro volvió a pasar por lo mismo: la muerte, el sufrimiento familiar, el entierro. Jesús no solo “regresó” de la muerte – Él pasó, atravesó la muerte. Esta resurrección significaba que no estaría sujeto a la muerte nunca más. La muerte, como dijo San Pablo, ya no tenía poder sobre Él.
Podríamos decir que la muerte física no fue la peor consecuencia del pecado. La separación de Dios, la muerte espiritual, fue una consecuencia mucho más terrible. Pero dejemos de hablar sobre lo natural y bella que es la muerte física, ya que no lo es. Nuestros cuerpos no son simples vehículos automotores conducidos por nuestras almas. No desechamos nuestros cuerpos y compramos otros cuando están “desgastados” (este es uno de los problemas con la idea de la reencarnación). Por el contrario, nuestros cuerpos son una dimensión esencial de quienes somos. Nuestros cuerpos y nuestras almas inmortales están íntimamente unidos, lo cual nos hace diferentes de los ángeles y de los animales. Por consiguiente, la muerte separa lo que Dios habia unido y es natural que nos rebelemos y nos estremezcamos ante ella. Aun el Dios-hombre tembló ante ella en el Huerto.
Por nuestro bien, Jesús enfrentó a la muerte con la frente en alto. La Secuencia Pascual Romana, un poema/cántico tradicional que data del primer milenio, resalta este drama: “Mors et vitae duello, conflixere mirando. Dux vitae mortuus regnat vivus.” (Muerte y vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, el autor de la vida estaba muerto, más ahora está vivo y triunfa).
Jesús soportó el sufrimiento de su cuerpo y de su alma por nuestro bien y resurgió revestido de una humanidad nueva y glorificada. ¿Cómo describe la Biblia este nuevo cuerpo? Bueno, Maria Magdalena no reconoció a Cristo Resucitado al principio, hasta que la llamó por su nombre. Los discípulos que iban camino a Emaús tampoco lo reconocieron. Santo Tomas nos muestra que Sus heridas todavía eran evidentes, y aunque podía pasar a través de puertas cerradas, demostró que no era un fantasma cuando pidió algo de comer. Pablo lo describe como un “cuerpo espiritual” en 1 Corintios 15 – lo que pareciera una contradicción de términos. Sin embargo, aquí debemos hacer una pausa y darnos cuenta que estamos en tierra sagrada y que no hay palabras adecuadas para describir la grandiosa realidad de esta nueva humanidad que Él ganó para nosotros en esa primera Pascua.
La resurrección no es algo que Él quiera guardar solo para sí mismo. Todo lo que Jesús tiene lo comparte con nosotros: Su Padre, Su Madre, Su Espíritu, Su Cuerpo, sangre, alma y su divinidad, aun su vida resucitada. Podemos comenzar a compartir su vida desde ya, al experimentar el poder regenerativo en nuestras almas y aun en nuestros cuerpos. Tenemos acceso a ella de muchas formas, pero especialmente a través de la Eucaristía. Puesto que el cuerpo de Cristo que recibimos es su cuerpo glorificado y resucitado, que nos ha sido dado para que tengamos vida eterna (Juan 6:40-65).
Cada uno de nosotros tendrá que pasar por la muerte física, pero no lo hará solo. El estará con nosotros, así como el Padre estuvo con Él al realizar su peligrosa travesía. Y aunque nosotros experimentaremos un júbilo indescriptible cuando nuestras almas le “vean” cara a cara, este no será el fin de la historia. Él regresará y la resurrección tendrá su impacto final. El gozo será comleto cuando haga nuestros cuerpos como el suyo, glorificados. “Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. ¡Amén!”
Esta meditación sobre el significado de la Resurrección de Cristo, resucitado de la muerte, se ofrece como reflexión sobre las lecturas de la liturgia para varias misas de la Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua.
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