El Jóven Rico y el Rey Salomón
Tanto el joven rico del evangelio de Marcos como Salomón tuvieron que tomar una decisión muy difícil. ¿Qué desea tu corazón? ¿Riqueza, aventura, sabid...
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¿Qué significado tiene la palabra “Tradición”? ¿Es contrario a lo que enseña la Biblia? El principio “Sola Scriptura” de la Reforma Protestante asumía que si – en este artículo examinamos esta asunción a la luz de algunos pasajes bíblicos clave.
Uno de los principales gritos de batalla durante la Reforma Protestante fue “¡Sola Scriptura!” Muchos prensaban que la Iglesia Católica había complicado la sencilla fe cristiana agregando todo tipo de prácticas, costumbres y doctrinas a través de los siglos. Creían que la Iglesia de su época era culpable de la misma obsesión farisaica con las tradiciones que el mismo Jesús condenó en las lecturas de este domingo (Marcos 7:1-23). La solución era aparentemente sencilla: Había que limpiar la Iglesia, purgarla de todas estas tradiciones y quedarse solo con la Biblia.
Pero si leemos detenidamente esta porción de la escritura, el Señor no está diciendo que “tradición” sea una mala palabra. De hecho, su apóstol Pablo nos dice en 2 Tesalonicenses 2:15: “Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros de viva voz o por carta.”
La palabra “tradición” simplemente se refiera a algo que se ha venido transmitiendo de una persona a otra, de generación en generación. Al examinar una tradición en particular es importante preguntarse de donde surgió. El valor de una tradición está en su origen. ¿La originó Jesús? ¿Sus apóstoles? ¿Algunos creyentes piadosos que vivieron siglos después?
Las tradiciones que Pablo transmitió eran divinas (venían del Señor) y apostólicas. El significado e importancia de la Eucaristía (1 Corintios 11:23.24), la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesús (1 corintios 15:3-11), entre otras, son tradiciones de suma importancia.
Las tradiciones de los fariseos eran algo totalmente distinto. No eran inherentemente malas, eran costumbres piadosas de origen humano que habían sido transmitidas para apoyar la vivencia de la ley. Desafortunadamente, los fariseos fueron incapaces de distinguir la ley divina del sistema humano sobre el cual descansaba esta ley. Peor aún, utilizaban costumbres piadosas para sortear las difíciles exigencias de la Tora.
Si leemos todo el capítulo 7 del Evangelio de San Marcos, tendremos una idea más clara. Todos sabemos que Dios no estaba bromeando cuando le dio a Moisés los Diez Mandamientos. El cuarto mandamiento, “Honra a tu padre y a tu madre”, no solo quiere decir que los hijos pequeños tienen que hacer lo que sus padres les ordenan, sino también que los hijos adultos tienen que ayudar a sus padres ancianos en sus necesidades financieras, asegurándose de que vivan sus últimos años con dignidad. Sin embargo, los fariseos encontraron una tradición religiosa que les absolvía de esta pesada responsabilidad. “Dedicaban” su dinero a Dios para “blindarlo” y así no apoyar a sus padres en sus necesidades.
En este caso, la tradición no es el problema, si no la mala intención del corazón humano que usa la piedad como excusa para evadir las obligaciones de la verdadera religión que incluye, como nos indica la segunda lectura, cuidar al huérfano y la viuda, y presuntamente también a los parientes ancianos, en sus necesidades (Santiago 1,27).
Este es exactamente el punto de Jesús en el evangelio de este domingo. Lo que comemos no nos vuelve espiritualmente impuros. Es lo que sale de lo profundo del corazón humano, herido por el pecado original, lo que nos separa de Dios y de los demás, llevando a este mundo a la miseria.
Los fariseos pensaban purificar a Israel a través de leyes alimenticias y costumbres religiosas. Los reformadores protestantes del siglo XVI pensaban que podían purificar la Iglesia al dejar atrás las tradiciones litúrgicas y las costumbres que no se encontraban explícitamente en la Biblia. La historia ha demostrado que ambos intentos fueron en vano.
La solución es sencilla. Tenemos que comprometernos a una obediencia radical a la palabra de Dios. Debemos admitir nuestra necesidad, nuestra pecaminosidad, nuestra tendencia a inventar excusas y abrir nuestras vidas y nuestros corazones a escuchar la palabra de Dios humilde y genuinamente. Como Moisés nos dice en Deuteronomio (4:1-8) y Santiago nos dice en su epístola, hagamos más que escuchar. Escuchemos y obedezcamos. No demos espacio al pecado, actuemos de acuerdo a la Palabra de Dios, sin importar cuánto nos cueste.
Este artículo es una reflexión sobre las lecturas para el Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Deuteronomio 4: 1-8; Salmo 15; Santiago 1:17-27; Marcos 7:1-23).
Traducción al Español por Miguel Carranza.
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