Domingo Gaudete – El Gozo del Adviento y Juan Bautista
Comúnmente se piensa en Juan Bautista como una figura seria y rígida. Pero de hecho, ¡él podría ser el santo patrono del gozo! Probablemente por eso e...
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Detrás de la historia de la sanación del leproso relatada en el evangelio de San Marcos hay algo más profundo de lo que observamos a simple vista. Ocultas en el relato, estan las lecciones sobre el papel del sufrimiento y cómo responder ante él en nuestras vidas y en las vidas de los demás.
Muchos católicos tenemos una idea equivocada sobre el sufrimiento. Algunos autores exaltan su gran valor, pero ¿significa esto que debemos buscar el sufrimiento? O, si el sufrimiento llega a nuestras vidas, ¿sería anti-espiritual buscar alivio?
La historia de Jesús y el leproso en Marcos 1:40-45 nos presenta un caso de estudio sobre este tema. En los tiempos bíblicos, el término “lepra” se usaba para referirse a diferentes tipos de enfermedades de la piel. No sabemos exactamente qué tipo de lepra tenía este hombre. Podría haber sido la enfermedad de Hansen, lo que hoy día conocemos como lepra. Si este hubiese sido el caso, el hombre no hubiera experimentando mucho dolor físico, ya que esta enfermedad deja a su víctima sin la habilidad de sentir en la mayor parte del cuerpo.
De hecho, este es uno de los problemas principales con esta enfermedad. El dolor es un regalo diseñado por Dios – nos nos alerta cuando hay algo que no está bien para que podamos ponerle atención antes de que empeore. Sin esta sensación de malestar ignoraríamos las infecciones o seguiríamos poniéndole carga a un musculo desgarrado que necesita descanso. La enfermedad podría incluso causar daño permanente al órgano afectado. Los leprosos, por ejemplo, están desfigurados y carecen de algunos dedos o incluso de algunas extremidades. Esta horrenda apariencia le causa aún más sufrimiento al leproso.
Sin importar el tipo de lepra que el hombre tenía, los leprosos del antiguo Israel experimentaban otro tipo de sufrimiento. El capítulo 13 del libro de Levítico nos relata que para proteger a otros de la infección, los leprosos tenían que aislarse del resto de la sociedad, viviendo fuera de los límites de la ciudad y estaban obligados a advertir a cualquiera que se les acercara que eran “impuros”.
El leproso que aparece en el evangelio pidió a Jesús que le curase de su despreciable enfermedad con tan horribles consecuencias. Jesús le sanó de inmediato. Él lo hizo no para probar que era un profeta, ni el mesías, ni el hijo de Dios. Jesús incluso dio al hombre órdenes estrictas de no contar a nadie sobre este milagro. Jesús lo sanó por compasión. Fue una obra de misericordia, que es la respuesta del amor ante el sufrimiento. Jesús no lo reprendió por tratar de librarse del sufrimiento asociado con tan horrible enfermedad. El tenía el poder de liberarle de la enfermedad y todas sus implicaciones y lo hizo.
Así que por lo menos hay dos lecciones valiosas aquí. Está bien buscar alivio del sufrimiento y si encontramos a otros que están sufriendo, debemos hacer lo que podamos para mitigar su dolor.
Pero hay más. Jesús le quitó la causa de su sufrimiento, pero le impuso otro. Este ex-leproso estaba emocionado por su cambio de suerte y seguramente quería ir fervientemente a contarles a otros sobre el milagro. Jesús le ordena contener este deseo y quedarse callado. Seguramente esto era para beneficio de otros – para que Jesús pudiera movilizarse libremente entre los pueblos de Galilea y predicar el evangelio, revelando su identidad a su manera y siguiendo propio horario.
Pero el leproso no aceptó la disciplina que el hijo de Dios le había impuesto y, como resultado, ahora Jesús era quien debía permanecer en el desierto, lejos de los poblados.
No necesitamos salir a buscar el sufrimiento. Inevitablemente el sufrimiento nos encontrará a nosotros. Generalmente, deberíamos buscar alivio de cualquier forma de sufrimiento, incluyendo las enfermedades físicas. Pero cuando reconocemos al sufrimiento como nuestro compañero de viaje, debemos soportarlo con tanta alegría y fe como nos sea posible en nombre del Señor que sufrió por nosotros, uniendo nuestro sufrimiento al suyo para la redención del mundo. Esto es lo que nos dice San Pablo: todo lo que hagamos y todo lo que tengamos que soportar, debemos hacerlo para la gloria de Dios y la salvación de todos (1 Corintios 10:31-33).
Esta publicación se enfoca en la lepra, la sanación del leproso y el papel del sufrimiento. Es una reflexión sobre las lecturas para el Sexto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Levítico 13:1-2, 44-46, 6-7; Salmo 32, 1 Corintios 10:31-11:1; Mc. 1:40-45).
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