Perdona nuestras ofensas – la parábola del siervo despiadado

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La parábola del siervo despiadado ilustra el significado de la petición “perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, incluida en el Padre Nuestro. La ira puede ser justa, pero cuando dejamos que se convierta en resentimiento, se vuelve un veneno que no permite que la gracia de Dios fluya dentro y atreves de nosotros. El perdón retira ese bloqueo.

Prácticamente todos podemos recitar el Padre nuestro de memoria, y precisamente ese es el problema. A menudo lo decimos sin pensar verdaderamente sobre lo que estamos diciendo.

PERDONA NUESTRAS OFENSAS

“Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” Siempre que decimos esta frase, le estamos pidiendo a Dios que nos perdone exactamente de la misma forma en la que nosotros perdonamos aquellos que nos han ofendido. En otras palabras, si estamos si no hemos perdonando en nuestro corazón mientras oramos, estamos invocando una maldición sobre nosotros.

Aceptémoslo, todos necesitamos la misericordia de Dios. Pero una y otra vez la Palabra de Dios deja claro que el bloqueo más grande a su misericordia es el resentimiento. En el Antiguo Testamento, el libro de Sirácides (27:30-28:7) nos dice que la ira y el resentimiento, atesorados y mantenidos en nuestro corazón, son venenos que llevan a la muerte espiritual.

LA PARABOLA DEL SIERVO DESPIADADO

Jesús considera que este punto es tan importante como para incluir un recordatorio en la principal oración que enseña a sus discípulos. Y para enfatizar el punto, les relata la parábola del siervo despiadado, registrada en el Evangelio de Mateo (18:21-35). Cuando escuchamos la historia, nos incomoda la arrogancia y la dureza de corazón de aquel a quien se le perdona una gran deuda y sin embargo, inmediatamente después ahoga a su prójimo que le debe solo una fracción de la cantidad que a él le habían perdonado. Sin embargo, el relato nos indigna hasta que descubrimos que es una historia sobre nosotros. Todos los que alguna vez hemos tenido algún resentimiento, somos culpables exactamente del mismo pecado.

El traer a colación este problema resulta incomodo pues todos hemos sido heridos por otros alguna vez. Muchos han sido heridos profundamente. Pensemos, por ejemplo, en la viuda y en los huérfanos del 11 de Septiembre y otros atentados terroristas. ¿Acaso está mal indignarse por crímenes como estos? ¿Acaso el perdón implica pasar por alto la responsabilidad y quedar vulnerables a nuevos abusos?

EL PERDON ES UNA DECISION Y NO UN SENTIMIENTO

Para nada. Primeramente, hay que decir que el perdón es una decisión y no un sentimiento. Creo que es poco probable que nuestro Señor Jesucristo, en su sagrado pero humano corazón, sintiera cariño por los que se burlaban de él mientras su sangre se derramaba en la cruz. Sin embargo, expresó la decisión que había tomado cuando oró: “Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen” (Lucas 20).

En otras palabras, no hubo deseo de venganza, ni de tomar represarías para causar dolor, sufrimiento y destruir a aquellos que se deleitaban en dañarle. Ese deseo de venganza destructiva es el tipo de ira es uno de los siete pecados capitales. Por el contrario, Jesús oró al Padre por el bien de ellos, incluso mientras le causaban daño.
In other words, there was no vindictiveness, no desire to retaliate and cause pain, suffering and destruction to those who delighted in causing him pain. Such desire for destructive vengeance is the kind of anger that is one of the seven deadly sins. Rather, Jesus prayed to the Father for their good even as they caused him harm.

IRA VRS. RESENTIMIENTO

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¿Jesús experimentó alguna vez ira contra aquellos que buscaban quitarle la vida?
Definitivamente. La recta ira es la respuesta apropiada a la injusticia. Su propósito es darnos la energía emocional para confrontar la injusticia y vencerla. Recordemos cómo se molestó Jesús frente a la hipocresía de los fariseos que evitaba que otros tuvieran acceso a Su verdad que da la vida. Pero también notemos que Jesús volcó las mesas de los cambiadores de dinero, no sus vidas.

Perdonar no quiere decir dejarse pisotear. No implica que debamos permanecer sentados pasivamente mientras un familiar alcohólico o abusivo destruye tu vida o la vida de otros. Por otro lado, tomar medidas severas en incluso legales no requiere llegar al resentimiento o al revanchismo. El Papa Juan Pablo II no pidió la liberación del hombre que le disparó. Sin embargo, notemos que lo visitó en la prisión para ofrecerle su perdón y su amistad. Esta acción no solo sorprendió a su atacante, sino también al mundo.

Esta publicación sobre «perdona nuestras ofensas» – el perdón el un antídoto para la ira y para el resentimiento – se ofrece como una reflexión sobre la parábola del siervo despiadado. Esta historia aparece en las lecturas del vigésimo cuarto Domingo del Tempo Ordinario, Ciclo Litúrgico A (Sirácides 27:30–28:7, Salmo 103, Romanos 14:7-9; Mateo 18:21-35).

Traducción al Español por Miguel Carranza

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