El Jóven Rico y el Rey Salomón
Tanto el joven rico del evangelio de Marcos como Salomón tuvieron que tomar una decisión muy difícil. ¿Qué desea tu corazón? ¿Riqueza, aventura, sabid...
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Algunos se conforman con hacer lo mínimo para sobrevivir. Sin embargo, los cristianos estamos llamados a aprovechar cada oportunidad y vivir plenamente. Proverbios y Sabiduría preparan la mesa ante nosotros. Cristo, la Sabiduría Divina encarnada, nos alimenta en dos mesas abundantes – Palabra y Sacramento.
De vez en cuando nos encontramos con personas «sofisticadas» que, por supuesto, no creen en Dios – al menos no de la misma forma en que las diferentes religiones lo pintan. Sin embargo, están contentos con que la gran mayoría de las personas, la gente «ordinaria», si crea en Dios. Para ellos, la religión promueve una moral básica en la sociedad lo cual es algo que, por supuesto, todos queremos.
A veces me da la impresión que aun las personas que asisten a la iglesia regularmente tienen esta misma baja concepción del cristianismo: “Creo que Dios existe y que nos juzgará al morir, así que debemos portarnos bien y ser honestos. Ademas, debemos enviar a nuestros hijos a catequesis para que reciban buenos mensajes y no se metan en problemas”.
Las lecturas de este domingo desmienten esta insulsa visión del cristianismo. Jesús no vino a hacernos buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes. El vino para que tengamos vida y vida en abundancia (Juan 10:10), no para que simplemente existamos. Él quiere que prosperemos, que rebosemos de vitalidad e incluso de vida divina.
Nuestro Dios sabe que esta vitalidad solo puede lograrse con la alimentación adecuada y en su inmensa sabiduría nos ha preparado una mesa con un banquete lleno de los manjares más exquisitos que podamos imaginar (Proverbios 9:1-6).
De hecho, una mesa no es suficiente y nos prepara dos: el ambón y el altar. Una mesa nos provee el festín intelectual de Palabra de Dios para nutrirnos, purificarnos e inspirarnos con mensajes, relatos e imágenes que han alimentado la imaginación de artistas e intelectuales por dos mil años.
La otra mesa está cargada con el festín sacramental de la Eucaristía, el cuerpo y sangre de Jesucristo.
¿Pero no es el canibalismo contrario a la ley natural? Sí, pero aquí no estamos hablando de eso. Esta es una fiesta sacramental, donde misteriosa y verdaderamente recibimos la perfecta humanidad y sorprendente divinidad de Jesucristo, alimentándonos de su cuerpo, sangre, alma y divinidad bajo las formas de alimentos que estamos acostumbrados a comer: pan y vino.
Para un judío, beber sangre está prohibido, porque la vida pertenece solo a Dios y la sangre de los animales contiene la vida. Cristo, al darnos su sangre para beber bajo la forma sacramental del vino, derrama en nuestros cuerpos y espíritus su propia vida inmortal e invencible. Siempre que recibimos este sacramento, estamos recibiendo una transfusión divina que nos otorga el poder para vivir una existencia sobrenatural.
Sin embargo, esta no solo es una propuesta de parte de nuestro Señor. Es un requisito. “Si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida.” ¿Por qué será que los católicos tienen la obligación de ir a Misa todos los domingos en lugar de simplemente quedarse a orar en sus casas? ¿Por qué debemos cumplir con nuestro obligación pascual y recibir la comunión por lo menos una vez al año? Porque la Iglesia, nuestra Madre Amorosa, sería negligente si no insistiera en que sus hijos cumplieran con el requisito alimenticio minimo para tener vida.
Pero ¿por qué conformarnos con el mínimo? En la segunda lectura, San Pablo nos hace la siguiente exhortación: Aprovechen al máximo la oportunidad presente (Efesio 5:15-20).
¡Carpe Diem! ¡Aprovecha el día!
Debemos recibir este vigorizante sacramento tan a menudo como las circunstancias de la vida lo permitan. Hay que recibirlo dignamente, orando con anticipación y quedándonos en adoración silenciosa después para poder digerir este festín apropiadamente. Acerquémonos a la Eucaristía no solo como un deber, si no como un asombroso privilegio. Limpiando nuestras mentes de toda distracción y llenándolas de cantos de gratitud y alegría.
Después de todo, “Eucaristía” es la palabra griega para “acción de gracias”. Recibamos este banquete para que nuestras vidas puedan ser un continuo festival de acción de gracias por todas las bendiciones que Dios ha dejado escondidas por doquier bajo las apariencias de personas, lugares y cosas ordinarias.
Esta publicación se centra en la vida abundante que nos traen la fiesta y el banquete de la palabra de Dios y el sacramento dela Eucaristía. Es una reflexión sobre las lecturas para el Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Proverbios 9:1-6; Salmo 34; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58).
Traducción al español por Miguel Carranza
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