Zaqueo – el recolector de impuestos

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Zaqueo era un recaudador de impuestos particularmente exitoso y por lo tanto era un hombre excepcionalmente odiado. Camino a Jericó, desde la rama de un sicomoro, alcanzó a ver un destello de gracia y misericordia y tuvo que tomar una decisión.

Los recolectores de impuestos nunca han sido populares, pero en la Palestina romana, fueron particularmente odiados. Eran considerados despreciables particularmente por el hecho de colaborar con los opresores extranjeros. Es comprensible que los Judíos sintieran por los romanos lo mismo que los franceses sintieron por los invasores Nazis durante la Segunda Guerra mundial.

Pero el sistema romano de recaudación de impuestos hacia que los recolectores fueran especialmente odiados. Los romanos querían recaudar tantos impuestos como les fuera posible sin utilizar su propio personal. Así que reclutaban personas de la localidad y les daban un porcentaje de lo que recolectaban. Entre más exprimían al pueblo, mas ganancia obtenían para sí mismos.

Así que estos chupa-sangre se lucraban de la desgracia de sus compatriotas. Al hacer su trabajo, los recolectores de impuestos conseguían los fondos para financiar la brutal represión de los paganos al pueblo elegido. Obviamente, estos perros eran aun más repugnantes que los propios enemigos de Dios.

Zaqueo debía saber que no tenia esperanza. Después de todo, había hecho un buen trabajo al extorsionar a sus compatriotas, puesto que Lucas 19:1 nos dice que era un hombre rico.

Sin embargo, cuando Jesús se llegó a Jericó, Zaqueo tenía que “ver cómo era”. En Juan 6:44 Jesús dice: “nadie viene a mí a menos que el Padre lo envíe.”  La corazonada que Zaqueo sintió fue la gracia de Dios llevándolo hacia su Hijo. Seguramente Dios quería que muchos otros se acercaran a Jesús y conocieran al Salvador del Mundo, pero probablemente muchos estaban demasiado ocupados para salir a la calle. Debían continuar con sus ocupaciones de siempre.

Por otra parte, Zaqueo, no solo dejó de hacer lo que estaba haciendo, sino que se esforzó por responder al llamado interior que sintió. Le costaba mucho ver puesto que era “de baja estatura”. Así que trató de ponerse frente a la multitud y finalmente se trepó a un sicomoro para poder ver mejor a la celebridad.

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Había muchas personas en la multitud, pero Jesús apuntó directo al hombre bajito trepado en el árbol.  No lo conocía, pero lo llamó por su nombre, “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.” Para entender lo impactante que resultaba esta situación, recordemos que los judíos se hacían impuros al entrar a la casa de un pecador público. Sin embargo, este no era un judío cualquiera. Un pecador no podía volverlo impuro. Por el contrario, Él purificaría al pecador.

Jesús vio mas allá de los crímenes de Zaqueo, Él vio un corazón que estaba abierto a la gracia de Dios que le hizo trepar el árbol. Entrar a la casa del recolector de impuestos significaba un ofrecimiento de perdón, de misericordia y de aceptación de Dios.

Las personas sabían esto, y estaban atónitas. Comenzaron a murmurar. Sin embargo, Zaqueo se mantuvo firme. Estaba determinado a no perder la oportunidad de ser redimido. Instintivamente supo que al aceptar a Jesús en su casa significaba que su vida tenía que cambiar. Su riqueza se había forjado a expensas del pueblo.  Aferrarse a ella significaría dejar a Jesús. Tuvo que elegir. “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”

Observemos que él no compró su perdón con limosnas. La misericordia se le había ofrecido primero. La salvación no  llegó a Zaqueo por iniciativa propia, si no por iniciativa de Dios. La gracia hizo que saliera a la calle y trepara al árbol. También la oferta de almorzar juntos fue pura gracia.

Sin embargo, Zaqueo pudo haber declinado la invitación. La puerta debía ser abierta desde el interior. La decisión de ceder ante la misericordia de Dios para recibir el regalo debe ser nuestra. Recibir el regalo implica que nuestras manos deben estar vacías. Hay cosas que debemos dejar si queremos tomar la mano de Cristo. Como lo bienes robados, por ejemplo.

Para Zaqueo la decisión estaba clara. Lo que tenía que dejar no era nada comparado con lo que se le estaba ofreciendo. ¿Tenemos nosotros clara esa decisión?

Zaqueo, el recaudador de impuestos que subió a un sicomoro para ver a Jesús cuando atravesaba Jericó, nos enseña el arrepentimiento que es fruto verdadero de la gracia y la misericordia. Esta publicación se ofrece como reflexión sobre las lecturas para el trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C (Sabiduría 11: 22-12,1, Salmo 145, 2 Tesalonicenses 1:11-2,2; Lucas 19:1-10).

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