El Jóven Rico y el Rey Salomón
Tanto el joven rico del evangelio de Marcos como Salomón tuvieron que tomar una decisión muy difícil. ¿Qué desea tu corazón? ¿Riqueza, aventura, sabid...
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La historia de Bartimeo, el pordiosero ciego que conoció a Jesús camino a Jericó, es un evento dramático narrado por el evangelio de Marcos que nos ilustra algo muy importante sobre la verdadera naturaleza de la fe cristiana.
Había una multitud de cientos de personas aquel día en Jericó. Sin duda, todos tenían necesidades y muchas de ellas seguramente eran urgentes. Sin embargo, el evangelio de este domingo nos dice que solamente una de ellas tuvo la audacia de alzar la voz y pedir la ayuda del profeta que todos habían venido a ver.
Sucede que este hombre era un pordiosero ciego, hijo de un hombre llamado Timeo. Probablemente, Bartimeo no sabía que esta celebridad era, como lo dice la segunda lectura, el sumo sacerdote de acuerdo con el orden de Melquisedec que había sido designado por Dios para quitar el pecado del mundo. También es probable que no supiera que este Jesús era el Hijo de Dios, la Palabra encarnada, igual al Padre.
Sin embargo, de acuerdo con las pocas palabras que expresó, según lo que registra el Evangelio, vemos que creía algunas cosas importantes sobre esta personalidad.
Primero, al llamarlo “Hijo de David” estaba indicando su fe en que Jesús era el mesías, el rey destinado a revivir las glorias de Israel y cumplir con la profecía de liberar a Israel del yugo de sus enemigos. Obviamente, también creía que este maestro (a quien llamó Rabbuní) tenía el poder para curarlo de su propio yugo: la ceguera. Este era un poder que típicamente ni los rabinos, ni los reyes de Israel poseían.
Así que Bartimeo tenía fe en Jesús y recibió el milagro que tan fervientemente deseaba. De hecho, Jesús le dijo que su fe era la que lo había salvado.
Sin embargo, la simple convicción silenciosa no habría hecho efecto. Si hubiese creído en silencio en aquel hombre de quien todos hablaban, Jesús hubiera pasado de largo.
Afortunadamente, Bartimeo tenía el tipo de fe que alza la voz y también actúa. En otra parte del Evangelio, Jesús dice que aquel que pide recibe. Jesús narra parábolas acerca de viudas, aparentemente impertinentes, que incomodan a sus vecinos, pidiendo persistentemente lo que quieren y finalmente lo obtienen.
Tal vez Bartimeo había escuchado estas palabras de Jesús en otra ocasión, o quizás simplemente lo supo por inspiración de la gracia divina. Si realmente creía que Jesús podía hacer cualquier cosa, ¿Por qué habría de dejarlo pasar sin que le ayudara en su urgente necesidad? ¡Carpe Diem!
Bartimeo nos deja claro que la fe es humilde y receptiva, no recatada, ni tímida, ni reticente. La fe toma la iniciativa. En ocasiones puede ser bulliciosa y hasta escandalosa.
El no puede ver exactamente dónde está Jesús y por lo tanto no puede caminar hacia él y presentarle su petición de forma solemne o semi-privada. Así que usa lo que tiene: su voz. Hace una “escenita”. Entre más le dicen que se calle, mas fuerte grita. Y cuando finalmente logra captar la atención de Jesús y es llamado, el texto dice que de un salto se puso en pie.
Al leer esta historia, me siento tentando a pensar que, si yo hubiese estado ahí, con el Señor Jesús parado frente a mí, yo también hubiese alzado la voz.
Bueno, cada domingo me encuentro frente a la presencia real y verdadera del Mismo que sanó a Bartimeo. Ya que, en la Eucaristía, el sacramento de sacramentos, no solo nos encontramos con la gracia de Dios (lo cual es ya suficientemente imponente), sino que también tenemos a nuestra disposición su presencia corporal. Garantizado.
¿Por qué será que algunos asistimos a Misa con frecuencia y salimos por las puertas de la iglesia igual que como entramos? ¿Por qué hay tan pocas sanaciones y tan poco crecimiento espiritual? Tal vez porque nos falta la fe de Bartimeo. De acuerdo con el Catecismo (CIC 739, 1106), cada celebración sacramental, especialmente la Eucaristía, es un nuevo Pentecostés. Los regalos del Espíritu Santo, perdón, sanidad, purificación y sabiduría están ahí para que nos los apropiemos.
No necesitamos gritar como Bartimeo, pero al igual que él podemos decidir no regresar a casa con las manos vacías.
Este artículo sobre la fe de Bartimeo, el pordiosero ciego de Jericó es una reflexión sobre las lecturas para el Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)
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