ACCION DE GRACIAS Y LA EUCARISTIA
Antes que el “Acción de Gracias” fuese un feriado estadounidense, era una celebración distintiva de la tradición judeo-cristiana. Todos los pueblos de...
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Cuando la Escritura habla de fe no se refiere a simplemente creer que Dios existe. La fe de la que habla Jesús, Pablo y Juan es un don, como un músculo espiritual – para fortalecerlo debemos ejercitarlo.
La mayoría de la gente cree en Dios, al menos en Estados Unidos. Varias encuestas demuestran que más del 90% de los estadounidenses “creen en Dios”.
Sin embargo, creer y tener fe no son la misma cosa.
Generalmente, cuando alguien dice “Yo creo en Dios” quiere decir que cree que Dios existe o que hay un Dios por ahí, en algún lado. No hay nada malo con tener esta creencia, pero recordemos que Satanás no tiene duda alguna de que Dios existe y sin embargo se reúsa a servirle.
La fe de la que habla la Biblia es más que una convicción. No es simplemente “creer que” sino “creer en”. Cuando confiamos en alguien que amamos y esta persona duda de sí misma, la miramos fijamente y le decimos “confió en ti”. Más que una creencia, tenemos la convicción de que esa persona no nos defraudará. Tener fe en alguien significa que podemos ponernos en sus manos, que podemos arriesgarnos y dejarnos vulnerables porque esa persona es confiable.
Cuando los novios se dicen “Si, acepto” en el altar, están expresando públicamente la fe que se tienen el uno al otro, la confianza que lleva a un compromiso mutuo. En virtud de esta fe, hacen un juramento de fidelidad, sinceridad, lealtad y confianza mutua, para servirse el uno al otro por el resto de sus vidas.
Esto es lo que Josué preguntó a los israelitas en la primera lectura de este domingo. No les preguntó si creían que nuestro Señor, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob existía. Les preguntó si estaban dispuestos a servir al Señor. Y el pueblo respondió que sí, que servirían al Señor debido a la fidelidad que Él les había demostrado. Él había demostrado ser digno de confianza por la forma en que les había liberado del peligro y por haber suplido todas sus necesidades.
Esta misma enseñanza se refleja en la epístola a los Efesios referente al matrimonio. Los cónyuges confían el uno en el otro tanto como para comprometerse y donarse completamente. Parte de lo que debemos donarnos mutuamente es nuestro futuro. Por lo tanto, el compromiso total debe significar que nos donamos para siempre y sin reservas.
Una cosa es decir “si, te creo, me pongo en tus manos, me comprometo contigo” y otra es vivir ese compromiso día tras día. Hay momentos que ponen a prueba este compromiso.
Muchos discípulos seguían a Jesús y les gustaba presenciar sus sanaciones milagrosas, escuchar sus profundas predicaciones sobre el amor de Dios y cómo los mansos heredarían la tierra, pero cuando comenzó a hablarles sobre comer su cuerpo y beber su sangre fue demasiado para muchos. Algunos se quejaron y otros se burlaron. Muchos otros le abandonaron silenciosamente. De la misma forma, muchos conyugues huyen cuando el camino se pone difícil.
Ser verdaderamente fiel a otra persona “hasta que la muerte los separe” es algo muy difícil. Afortunadamente, Dios ofrece el poder de su gracia a través del sacramento del matrimonio a todas aquellas almas valientes dispuestas a aceptar el reto. Sin embargo, ser verdaderamente fiel a Dios a quien no podemos ver es humanamente imposible. Se requiere del don sobrenatural de la gracia divina. Eso es lo que se refiere Jesús en Juan 6:44, “nadie viene a mí a menos que el Padre lo envié”.
Por lo tanto, la fe verdaderamente bíblica implica fidelidad, un compromiso vitalicio. Es un don sobrenatural que solo Dios puede regalar.
Sin embargo, esa no es excusa para la duda y la infidelidad. La fe es un don, pero también es una virtud, es como un músculo espiritual. Se le da a todo aquel que ha nacido de nuevo a través del bautismo, así como los músculos físicos se les da a todo aquel que nace en este mundo. ¿Cómo son tus músculos? ¿Débiles? Tal vez porque no los has ejercitado. ¿Cómo está tu fe? ¿Débil? Tal vez sea por la misma razón.
Este artículo se centra en la confianza, la fidelidad, el compromiso y la diferencia entre fe y creencia y cómo desarrollar músculos espirituales a través del ejercicio de la virtud de la fe. Es una reflexión sobre las lecturas para el Vigésimo primer Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Josué 24: 1-18; Salmo 34; Efesios 5:21-32; Juan 6:60-69).
Traducción al Español por Miguel Carranza
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