Hablar es fácil – La parábola de los dos hijos

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La parábola de los dos hijos nos enseña que decir al decir “si” a Jesucristo comprometemos nuestros hechos y acciones mas que  nuestras palabras y promesas. Hablar es fácil, pero el lenguaje corporal nunca miente.

Nunca habrá escases de palabras. Las palabras abundan porque hablar es gratis. Es fácil hacer una promesa pero, tal como el evangelio de este domingo aclara,  cumplir la promesa es una cosa completamente distinta.

PALABRAS Y PROMESAS VRS. HECHOS Y ACCIONES

Existen cerca de un billón de personas en el mundo que han prometido solemnemente vivir una vida al servicio de Dios. Ese es el significado del bautismo y de la confirmación. Millones de personas renuevan esta promesa cada domingo. Ese es el significado de recitar el credo y recibir la comunión. ¿Pero qué dicen sus acciones? Tristemente, la mayoría de los cristianos bautizados tienen estilos de vida que no concuerdan con las palabras que profesan.

Las acciones hablan más que las palabras. La boca a menudo miente, pero el lenguaje corporal nunca miente. Revela nuestras verdaderas intensiones, nuestras verdaderas prioridades.

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LA ULTIMA PALABRA

La Palabra de Dios es más que una “simple palabra”. Su Palabra es tan sustancial que es una Persona: la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. A esta Palabra no le bastó decir “Te amo”, sino que se puso en acción, se despojó de Su gloria, asumió condición de esclavo, sanó a los enfermos y lavó los pies de sus discípulos. La última y más perfecta palabra de la Palabra fue la Cruz, la carta de amor más elocuente que jamás se haya escrito, la nota final de una vida de 33 años de amor en acción (Filipenses 2:1-11).

No necesitamos ganarnos el favor de Dios con acciones perfectas. El Hijo hizo esto por nosotros, porque nosotros no teníamos la capacidad de hacerlo. Necesitamos admitir la necesidad que tenemos de Él, arrepentirnos de nuestros pecados, aceptar lo que Jesús hizo por nosotros y buscar hacer la voluntad del Padre con el poder del Espíritu Santo.

La contrición es más que decir “lo siento”. La contrición incluye la determinación de cambiar nuestra vida con la ayuda de la gracia de Dios y evitar cualquier “ocasión de pecado”. Si decimos que lamentamos caernos de un precipicio y poco tiempo después caminamos hacia la orilla nuevamente, nuestras acciones ahogan nuestras palabras. Si confesamos pecados sexuales y no cancelamos nuestra suscripción a la revista Playboy, podemos engañar al sacerdote, y aun a nosotros mimos, pero no engañamos a Dios.

LA PARÁBOLA DE LOS DOS HIJOS

Cuando en la parábola de los dos hijos, un muchacho dijo “si” a la voluntad de su Padre y no la hizo, probablemente hubo excusas: “Se me olvidó”, “Más tarde lo hago”, ”Estuve muy ocupado”, ”Yo ya hice suficiente, que lo haga mi hermano.” Dios actúa con sabiduría en todas estas situaciones. Él escucha la verdadera respuesta detrás de las excusas: “No”.

El hijo menor no debió decir “no” verbalmente al Padre. Sin embargo, cambió de parecer y sus acciones mostraron ese cambio.

Muchos no comprenden como un Dios amoroso podría condenar a alguien al infierno. Creo que la repuesta es simple. Si, Él es un Dios amoroso, pero también es un Dios honesto y exige que las personas que ha creado libres sean honestas consigo mismas y acepten responsabilidad por la respuesta que libremente eligieron dar a su llamado.

SI O NO

No hay que responder “tal vez”, ni tampoco “déjame pensarlo.” Nuestra respuesta debe ser un simple “si” o un simple “no”.

Tenemos la libertad de cambiar de parecer hasta en el último momento de nuestra vida. Pero la respuesta final que Dios lee no está escrita en hebreo, ni en griego o ni con letras romanas, sino con las letras que formamos con nuestras acciones.

Esta publicación titulada “Hablar es fácil”, se enfoca en la parábola de los dos hijos, la cual enfatiza la diferencia entre las palabras y promesas por un lado y en las obras y las acciones por otro lado. Se ofrece como una reflexión sobre las lecturas para el Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico A (Ezequiel 18:25-28, Salmo 125, Filipenses 2:1-11, 27; Mateo 21:28-32).

Traducción al español por Miguel Carranza. 

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