El Jóven Rico y el Rey Salomón
Tanto el joven rico del evangelio de Marcos como Salomón tuvieron que tomar una decisión muy difícil. ¿Qué desea tu corazón? ¿Riqueza, aventura, sabid...
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La historia sobre la decepcionante bienvenida que Nazaret, su pueblo natal, dio a Jesús, responde la pregunta que muchos se hacen: ¿Si Dios es omnipotente, habría algún milagro que no pudiese realizar? La sorprendente respuesta a esta pregunta nos dice mucho sobre la incredulidad, la fe, y la naturaleza de Dios.
En los primeros cinco capítulos de su evangelio, Marcos deja claro que Jesús verdaderamente es Dios todo poderoso, soberano del mundo y señor de la vida y la muerte.
Pero ahora se nos presenta una historia que nos deja confundidos. Jesús viaja a Nazaret, su tierra natal, parar recibir una bienvenida no muy alegre. “Y los tenia desconcertados”.
Probablemente eso no suene tan sorprendente para los que estamos acostumbrados a la vida familiar. Lo que si nos sorprende son estas palabras: “Y no pudo realizar ningún milagro ahí… Y estaba sorprendido de su falta de fe.”
¡Qué extraño! Yo pensaba que Jesús era Dios y por lo tanto, omnipotente. ¿Acaso no sería admitir que no es Dios si decimos que no pudo hacer milagros en algún lugar?
Difícilmente. Dios ejerce su poder en de acuerdo a su naturaleza. Dios es un amante, no un violador.
El busca amar a aquellos que lo aceptan libremente y le abren su corazón. El se reúsa a violar los deseos de aquellos creados a su imagen y semejanza, creaturas que poseen intelecto y libre albedrio. Cierto, Dios controla el viento y las olas con una sola palabra. Es porque el viento y las olas son fuerzas inanimadas. Sin embargo, con los seres humanos El se pone a disposición y espera ser invitado.
Esa invitación, por medio de la cual le pedimos que venga a nuestras vidas y calme nuestro interior, se llama fe.
La fe, por lo tanto, no es una emoción. No es una certeza interior, ni un sentimiento de confianza libre de toda duda o temor. Más bien es una decisión que a veces se toma con rodillas temblorosas. Es un “si” que le da permiso a Dios para obrar en nuestras vidas y reacomodar los muebles si así lo decide.
Eso implica bendiciones, sanaciones, salvación y milagros. Sin embargo, también implica ceder a su voluntad, a su plan, a su programa. Esa es la parte que no nos agrada. ¿Qué pensaran los otros de mí? ¿Todavía podré pasar las noches de sábado haciendo lo que siempre he hecho? ¡Yo trabajo duro y merezco quitarme el estrés! ¿Todavía podré salir con Tomas o vivir con Maria?
Algunas veces no estamos contentos con cómo van las cosas, pero al menos es una situación familiar y sabemos a qué atenernos. Estamos en control o por lo menos creemos estarlo. El tener fe implica ceder el control y eso nos asusta. Somos libres de decir “no” y francamente a menudo lo hacemos. Algunas veces decimos “no” y solo dejamos que Dios nos lleve hasta cierto punto. Otras veces es un firme “no” que aparta totalmente a Dios de nuestras vidas.
Este es el tipo de “no” que Jesús encontró al regresar a Nazaret y el mismo tipo de “no” que los profetas a menudo encontraron en sus compatriotas, los israelitas.
Entonces, si Jesús es Dios y por lo tanto omnisciente, ¿por qué se molestó en ir a Nazaret?
Por la misma razón que Dios envió a Ezequiel a los israelitas advirtiéndoles, de antemano, que se resistirían. El Señor quería que no tuvieran excusas. Amaba tanto a su pueblo que cada vez que se lo pedían les ofrecía la oportunidad de sanidad y salvación. Podríamos decir que se dejaba engañar por ellos. Jerusalén suplicó ser librada de los babilonios y seguramente la gente de Nazaret oró por la sanación del “Tío Jacob” o para que los huérfanos del pueblo tuvieran qué comer. Sin embargo, en ambos casos, cuando Dios se aparecía, listo para derramar sus dones, a ellos no les gustaba la envoltura y rechazaban el regalo.
En el Juicio Final, cuando nuestras vidas pasen frente a nuestros ojos, se nos recordarán las veces en que Dios llamó a nuestra puerta y la cerramos en su cara. Yo diría que es tiempo de pedirle perdón y abrirle la puerta.
Este artículo se centra en la fe, la incredulidad y los milagros que Jesús no realizaría en su natal Nazaret. Es una reflexión sobre las lecturas para el Catorceavo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Ezequiel 2:2-5; Salmo 123; 2 Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6).
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