Milagros que Jesus no pudo realizar

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La historia sobre la decepcionante bienvenida que Nazaret, su pueblo natal,  dio a Jesús, responde la pregunta que muchos se hacen: ¿Si Dios es omnipotente, habría algún milagro que no pudiese realizar? La sorprendente respuesta a esta pregunta nos dice mucho sobre la incredulidad, la fe, y la naturaleza de Dios.

En los primeros cinco capítulos de su evangelio, Marcos deja claro que Jesús verdaderamente es Dios todo poderoso, soberano del mundo y señor de la vida y la muerte.

La recepción de su pueblo natal, Nazaret

Pero ahora se nos presenta una historia que nos deja confundidos. Jesús viaja a Nazaret, su tierra natal, parar recibir una bienvenida no muy alegre. “Y los tenia desconcertados”.

Probablemente eso no suene tan sorprendente para los que estamos acostumbrados a la vida familiar. Lo que si nos sorprende son estas palabras: “Y no pudo realizar ningún milagro ahí… Y estaba sorprendido de su falta de fe.”

La fe es una invitación

¡Qué extraño! Yo pensaba que Jesús era Dios y por lo tanto, omnipotente. ¿Acaso no sería admitir que no es Dios si decimos que no pudo hacer milagros en algún lugar?

Difícilmente. Dios ejerce su poder en de acuerdo a su naturaleza. Dios es un amante, no un violador.

El busca amar a aquellos que lo aceptan libremente y le abren su corazón. El se reúsa a violar los deseos de aquellos creados a su imagen y semejanza, creaturas que poseen intelecto y libre albedrio. Cierto, Dios controla el viento y las olas con una sola palabra. Es porque el viento y las olas son fuerzas inanimadas. Sin embargo, con los seres humanos El se pone a disposición y espera ser invitado.

Esa invitación, por medio de la cual le pedimos que venga a nuestras vidas y calme nuestro interior, se llama fe.

La fe es una decisión no una emoción

La fe, por lo tanto, no es una emoción. No es una certeza interior, ni un sentimiento de confianza libre de toda duda o temor. Más bien es una decisión que a veces se toma con rodillas temblorosas. Es un “si” que le da permiso a Dios para obrar en nuestras vidas y reacomodar los muebles si así lo decide.

Eso implica bendiciones, sanaciones, salvación y milagros. Sin embargo, también implica ceder a su voluntad, a su plan, a su programa. Esa es la parte que no nos agrada. ¿Qué pensaran los otros de mí? ¿Todavía podré pasar las noches de sábado haciendo lo que siempre he hecho? ¡Yo trabajo duro y merezco quitarme el estrés! ¿Todavía podré salir con Tomas o vivir con Maria?

Cediendo el control

Algunas veces no estamos contentos con cómo van las cosas, pero al menos es una situación familiar y sabemos a qué atenernos. Estamos en control o por lo menos creemos estarlo. El tener fe implica ceder el control y eso nos asusta. Somos libres de decir “no” y francamente a menudo lo hacemos. Algunas veces decimos “no”  y solo dejamos que Dios nos lleve hasta cierto punto. Otras veces es un firme “no” que aparta totalmente a Dios de nuestras vidas.

Este es el tipo de “no” que Jesús encontró al regresar a Nazaret y el mismo tipo de “no” que los profetas a menudo encontraron en sus compatriotas, los israelitas.

La incredulidad cierra la puerta

Entonces, si Jesús es Dios y por lo tanto omnisciente, ¿por qué se molestó en ir a Nazaret?

Por la misma razón que Dios envió a Ezequiel a los israelitas advirtiéndoles, de antemano, que se resistirían. El Señor quería que no tuvieran excusas. Amaba tanto a su pueblo que cada vez que se lo pedían les ofrecía la oportunidad de sanidad y salvación. Podríamos decir que se dejaba engañar por ellos. Jerusalén suplicó ser librada de los babilonios y seguramente la gente de Nazaret oró por la sanación del “Tío Jacob” o para que los huérfanos del pueblo tuvieran qué comer. Sin embargo, en ambos casos, cuando Dios se aparecía, listo para derramar sus dones, a ellos no les gustaba la envoltura y rechazaban el regalo.

En el Juicio Final, cuando nuestras vidas pasen frente a nuestros ojos, se nos recordarán las veces en que Dios llamó a nuestra puerta y la cerramos en su cara. Yo diría que es tiempo de pedirle perdón y abrirle la puerta.

Este artículo se centra en la fe, la incredulidad y los milagros que Jesús no realizaría en su natal Nazaret. Es una reflexión sobre las lecturas para el Catorceavo Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo Litúrgico B (Ezequiel 2:2-5; Salmo 123; 2 Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6).

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