Viernes Santo – Victoria de la Cruz

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El Viernes Santo es el Día de la Crucifixión, Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo. ¿La cruz fue un grave error o parte de Su plan? ¿Fue una agonizante derrota o una brillante victoria?

El terrorismo no es nada nuevo. Probablemente sea tan antiguo como la misma raza humana.

De hecho, la cuna de la civilización, ahora Irak, fue hogar de los terroristas más famosos de la antigüedad: los asirios. Su objetivo era conquistar a sus vecinos, minimizando la resistencia inicial y cualquier rebelión subsecuente. Para lograr esto, el miedo era su más grande arma. No les bastaba amenazar a muerte a todos aquellos que se resistieran, porque muchos preferirían la muerte a vivir como esclavos. Así que los asirios desarrollaron la tecnología para provocar en sus victimas la mayor cantidad de dolor, durante más tiempo, antes de causar la muerte. Se llamaba crucifixión. Este ingenioso procedimiento demostró ser una táctica de terror muy efectiva.

Era política del Imperio Romano adoptar de los pueblos conquistados todo lo que pareciera útil. Ellos descubrieron que la crucifixión era una excelente arma de intimidación. La humillación de ser desnudado para morir en un espectáculo público era particularmente repugnante para los judíos, para quienes estar desnudo en público era una abominación. Incidentalmente, la crucifixión se consideraba tan horrible que la ley romana prohibía que se aplicara a un ciudadano romano, incluso a los traidores. Estaba reservada solo para los esclavos y los pueblos conquistados.

Los no cristianos plantean una pregunta muy buena: ¿Por qué los cristianos adornan sus iglesias, hogares y cuellos con un símbolo de terror y tortura? La fiesta de la Exaltación o Triunfo de la Santa Cruz (14 de Septiembre) nos da una respuesta a esta pregunta.

San Anselmo (siglo XII) lo explicó de esta manera: El pecado de nuestros padres fue el orgullo, la desobediencia y el egoísmo. Engañados por la serpiente, Adán y Eva comieron del fruto prohibido desafiando a Dios porque querían exaltarse y ponerse a su nivel. Los resultados fueron catastróficos: perdida de comunión con Dios, con su prójimo y con la creación. En la historia de la humanidad cada uno de nosotros, debilitado por el impacto de este pecado en nuestra naturaleza, hemos seguido este patrón, rehusándonos orgullosamente a obedecer a Dios y amar a nuestro prójimo.

Anselmo señaló que el pecado constituye una ofensa infinita contra la bondad y el honor de Dios. Al ser creados a libres y responsables, atados por las leyes de justicia, nuestra raza estaba obligada a ofrecer actos de amor, humildad y obediencia a Dios, de tal magnitud que puedan anular el legado de desobediencia y orgullo para restaurar nuestra amistad con Dios.

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El problema es que nuestra naturaleza herida no puede por sí sola intentar llevar a cabo esta labor. Por lo tanto, el Padre envió a Su Eterna Palabra a que se encarnara y realizara esta tarea por nosotros, tomando nuestro lugar. Para el inmortal e infinito Dios vaciarse y unirse con la vulnerable y limitada raza humana ya era en sí una proeza de amor y humildad. Pero para que la redención estuviera completa el héroe tendría que soportar toda la furia que el infierno y la humanidad caída pudieran arrojar contra Él: La Cruz.

Seguramente, luego que las multitudes que Él había sanado y alimentado gritaran “¡Crucifíquenlo!” y sus propios apóstoles huyeran, Jesús se daría cuenta de que no valía la pena. Seguramente maldeciría a los ingratos y usaría su poder divino para liberarse como muchos le sugerían con sus provocaciones. Pero no, Él demostró amor hasta el final, amor en su máxima expresión (Juan 13:1). Su muerte fue la manifestación innegable y clara del triunfo de la obediencia sobre la desobediencia, del amor sobre el egoísmo, de la humildad sobre el orgullo.

El Viernes Santo fue el Día “D” para la raza humana. Desde Pentecostés, el poder del amor obediente, humilde e imparable de Cristo está disponible para todos los que quieran compartirlo, produciendo mártires y santos en cada generación, hasta las Madre Teresas y los Maximiliano Kolbe de nuestra era.

Por lo tanto, la Cruz no es solo victoriosa, sino también fructífera. Dio el fruto de la salvación en el acto amoroso de Cristo y ha seguido dando nuevos frutos a través de los tiempos. Es por eso que si vas a la Iglesia de San Clemente en Roma, verás unos de los mosaicos más impresionantes en la Ciudad Eterna: Los antiguos instrumentos de sumisión y muerte, cubiertos con florecientes viñas dando frutos de todos los tamaños y formas, la cruz triunfante se convierte en el árbol de la vida.

Este artículo sobre la victoria de cruz se ofrece como una reflexión sobre las lecturas para el Viernes Santo, pero también es apropiado para la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de Septiembre (Números 21:4b-9, Filipenses 2:6-11; Juan 3:13-17). 

Traducción al Español por Miguel Carranza

 

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