El Jóven Rico y el Rey Salomón
Tanto el joven rico del evangelio de Marcos como Salomón tuvieron que tomar una decisión muy difícil. ¿Qué desea tu corazón? ¿Riqueza, aventura, sabid...
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Los profetas del Antiguo y Nuevo Testamento nos enseñan que algunas veces el amor exige que digamos la verdad que la gente no quiere escuchar. Jeremías fue arrojado a una cisterna; Jesús fue expulsado de Nazaret. Esto nos demuestra que el mensaje de Dios no siempre suscita honor, respeto o popularidad.
Uno de los concejos del Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud fue “revuelvan las cosas”
Esto es algo muy diferente de lo que me aconsejaron cuando era niño: “En una conversación agradable, nunca hay que hablar de política ni de religión”. Es un buen concejo si tu propósito es siempre agradar a los demás. La política y la religión son temas riesgosos porque involucran convicciones profundamente arraigadas y si caminas sobre las convicciones de los demás, obtendrás la misma reacción que un dentista cuando sus instrumentos tocan algún nervio.
Sin embargo, no es el estilo de Dios mantener la amabilidad a toda costa. La razón es que Dios es amor y al amor le interesa más el bienestar de otros que su propia imagen. Si navega en una canoa sobre un rio aparentemente tranquilo, el amor se toma la molestia de alertar al pasajero que se acerca a las Cataratas del Niágara. Alguien podría decir, “Pero todos tienen derecho a tener una opinión”, sin embargo el que cada uno tenga opiniones diferentes no cambia el hecho que al caer por las cataratas seguramente perderás la vida.
Las decisiones morales y religiosas son así. Nos ponen en ruta hacia un puerto seguro o hacia una caída libre por las cataratas. Las relaciones extramaritales, intoxicarse con drogas y alcohol, honrar a Jesús y rechazar la autoridad de su Iglesia, cualquiera de estas elecciones tienen consecuencias desagradables y a veces mortales.
Dios envía a los profetas (de la palabra griega que significa “vocero”) para advertir al pueblo que se aproximan las cataratas. Cualquiera pensaría que el pueblo estaría agradecido por el aviso, sin embargo a veces la gente reacciona a las malas noticias asesinando al mensajero.
¿Cuál será la razón para esta reacción? Es debido a la noción de que básicamente somos “buenas personas” a quienes Dios debe valorar y que nuestras creencias y estilos de vida son tan buenos con los de los demás – esta es una ilusión muy reconfortante. Si el profeta está en lo correcto debemos cambiar y el cambio siempre implica dolor y no nos gusta el dolor.
Jeremías y Jesús se enfrentaron a individuos que se creían “buenas personas”. Después de todo, pertenecían al pueblo elegido por Dios. Le ofrecían sacrificios. Dios estaba de su lado. Así que responden a la advertencia de Jeremías eliminando la fuente del dolor. Arrojaron a Jeremías a una cisterna llena de lodo y apenas logró escapar vivo. En Lucas 4, los habitantes de Nazaret quisieron arrojar a Jesús por el precipicio. Esta vez, Jesús logra eludirlos, sin embargo termina dando su vida por los mismos que gritaron “¡Crucifíquenlo!”
Si las personas van a responder de esta manera, ¿por qué habrían de tomarse la molestia los profetas? ¿Por qué arriesgarse?
Porque la gente tiene derecho a la verdad, aunque no le hagan caso. La responsabilidad del profeta es hablar la palabra de Dios tan clara y convincentemente como les sea posible. Lo que la gente haga con esa palabra no está bajo su control. De una cosa podemos estar seguros, las reacciones a esta palabra causaran tremendas divisiones. Algunos aplaudirán y otros se enfadaran. Es por ello que Jesús dijo que no venía a traer la paz si no la espada.
A primera vista, Jeremías no tuvo mucho “éxito”. Sus oyentes lo ignoraron totalmente, los babilonios destruyeron Jerusalén y el pueblo de Israel fue llevado al exilio. El viernes santo, tampoco pareció que Jesús había tenido éxito. Sin embargo, 300 años más tarde los romanos que lo crucificaron le adoraban y un gran número de vidas habían sido cambiadas para siempre.
Los que hemos recibido el sacramento de la confirmación hemos sido hechos participes de la unción profética de Cristo. Si siempre queremos agradar a los demás, nos será difícil mantenernos fieles. La palabra que Dios nos manda compartir a veces trae consuelo y a veces es perturbadora. Tenemos que sobreponernos a nuestro temor de ofender a los demás y amarlos lo suficiente como para decirles la verdad. Por supuesto que siempre hay que buscar el momento y el lugar adecuado.
Pero si ningún lugar es el correcto y el momento adecuado nunca llega, tengamos por seguro que estamos permitiendo que nuestro temor a la opinión de los demás se interponga en el camino del amor.
El amor no se trata de sentimentalismos o ser popular, revuelve las cosas y las le prende fuego al mundo.
Este artículo hace una reflexión sobre el papel de los profetas y la oposición que el Jeremías y Jesús sufrieron por parte de la gente de Jerusalén y Nazaret. Es un comentario sobre las lecturas para el Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C (Jeremías 14:-5; 17-19; 1 Corintios 12:31-13:3; Lucas 4:21-30) y para el Vigésimo domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C (Jeremías 38:4-10; Salmo 40; Hebreos 12:1-4 y Lucas 12:49-53).
Traducción al español realizada por Miguel Carranza.
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