Un amor más fuerte que la muerte

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Mientras nos acercamos a la Pascua, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada ya no en los sacrificios cuaresmales, sino en un sacrificio más importante. Este sacrificio fue motivado por un amor más fuerte que la muerte, eligiendo dar frutos en lugar de la comodidad y la seguridad.  Si el grano de trigo no cae al suelo y muere, seguirá siendo solo un grano de trigo.

Todos queremos lo mejor para nuestros seres queridos. Sin embargo, mientras luchamos por lograrlo nos damos cuenta de una realidad. “Lo mejor” resulta ser muy caro, ya sea que hablemos de casas, automóviles o colegios. Conseguirlo costaría mucho tiempo y dinero e incluso tal vez hasta sangre, sudor y lágrimas.

Entonces, se nos presenta la oportunidad de una “revisión de agallas”. ¿Qué tanto deseamos lo mejor? ¿Será que nuestro deseo es tan intenso como para impulsarnos hasta la meta? ¿O terminaremos conformándonos por algo inferior?

Una elección dramática

Mientras la cuaresma llega a su final abriéndole el paso a la Semana Santa, las lecturas de la liturgia ya no se enfocan en nuestra necesidad de redención, si no en la dramática elección que ha de enfrentar nuestro redentor. El descendió de la gloria celestial a la sencillez de un establo. Dejó a su madre por un grupo de discípulos que no le comprendía y una audiencia volátil.

Ya esto era lo suficientemente duro. Sin embargo, se requeriría aún más si había de cumplir con el plan del Padre para liberarnos de las ataduras del pecado.

El capítulo 5 de la epístola a los Hebreos nos habla sobre las lágrimas de Jesús y de su clamor a Dios, recordándonos la agonía que experimentó en el huerto. El huerto de Getsemaní, por cierto, se encuentra en la ladera de una montaña. Nuestro Señor habría visto a los guardias acercándose con antorchas desde lejos, mientras avanzaban por el valle Cedrón. Al verlos venir, pudo simplemente haber caminado a través de la cumbre del Monte de los Olivos y desaparecer en el páramo de judío.

Amor más fuerte que la muerte

A decir verdad, él los “vio venir” con muchas semanas de anticipación y pudo haberlos eludido en cualquier momento.

Pero su ardiente deseo de salvarnos era mayor que su aversión natural a la tortura. Su amor es más fuerte que la muerte. Si el grano de trigo no cae al suelo y muere, sigue siendo solo un grano. Pero si muere, produce mucho fruto. Jesús sabía que su muerte traería frutos más allá de lo imaginable. Y dar frutos es más importante que permanecer en la comodidad y la seguridad.

Imitar su sacrificio

Expresamos nuestro gran agradecimiento por este amor en la Eucaristía, recordándolo de manera más solemne durante la Semana Santa.

Pero el Señor nos llama no solo a recordarlo, más aun a imitarlo. Más que creyentes, estamos llamados a ser discípulos. Jesús perdió su vida humana, pero a cambio recibió una humanidad nueva que supera los límites de la humanidad que conocemos.

Todos nos aferramos a nuestras vidas, con personas, lugares cosas y actividades con las que nos sentimos cómodos. Pueda que mi vida no sea perfecta, pero es mía. El Señor me invita no solo a sacrificar mis postres por unas semanas, sino también a sacrificarme a mí mismo. Me invita a renunciar a mis planes y poner mi destino en sus manos.

Ya no vivo yo

De hecho, eso es lo que significa el bautismo: ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mi (Gal 2:19b-20). Ahora es Jesús quien dirige mi vida. He puesto en el altar todo lo que es de valor para mí y solo lo tomaré si el Señor me lo regresa.

¿Por qué haríamos algo tan radical?

Solo lo haremos si verdaderamente creemos que al sembrar la semilla de nuestras vidas y sueños en el suelo fértil de la viña del Señor produciremos muchos frutos. Para que al igual que los apóstoles, podamos crecer más allá de lo que esperamos y que el Señor haga a través de nosotros, como lo hizo a través de ellos, más de lo que jamás soñamos.

Fructífero o cómodo

Esta es la gran pregunta: ¿Acaso el dar mucho fruto es más importante para ti que estar cómodo…o a salvo….o en control de tu vida?

Esta publicación se centra en el amor más fuerte que la muerte y el grano de trigo fructífero que cae al suelo y muere. Es una reflexión sobre las lecturas para el Quinto domingo de Cuaresma, Ciclo Litúrgico B (Jeremías 31:31-34; Salmo 51, Hebreos 5:7-9; Juan 12: 20-33).

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